domingo, 25 de enero de 2015

Cercanías Renfe.

Núria subió al tren de cercanías y consiguió hacerse un hueco en el vagón atestado de gente. Colocó como pudo su capazo de mimbre entre los tobillos y se puso las gafas de sol a modo de diadema. Se moría de calor y lo único que podía hacer era soplar y abanicarse con la mano hacia el escote de su vestido corto de color azul.
El moño castaño dejaba a la vista unas gotas de sudor que comenzaban a resbalar por su nuca.

El tren arrancó con fuerza haciendo que perdiese el equilibrio y se echase hacia atrás. Apunto estuvo de caerse al suelo de no ser por unas manos que la agarraron por los hombros con firmeza.
Al darse la vuelta sorprendida se encontró con un chico alto, moreno, que vestía una camisa blanca remangada y unos tejanos. Él sonrió para tranquilizarla y tan ruborizada que se sintió ella, volvió a colocarse de espaldas al desconocido sonriéndose también de forma bobalicona.

Repasó mentalmente ese instante en que su espalda se pegó al torso del chico. Pensó en el momento en el que sintió el calor del pecho de este y cómo llegó a captar el olor de la colonia que usaba.
Su nerviosismo aumentaba por segundos y notaba como las sienes le palpitaban. Se mordió el labio inferior mientras se desplazaba milimétricamente hacia atrás para estar un poco más cerca de él.
El pecho le latía con fuerza y temía que el corazón se le saliera por la boca.

Quería pensar que tal excitación ante un roce tan leve solo podía deberse a que hacía una semana que no se masturbaba.
Durante los días que había pasado en la casa de la playa de su amiga no había tenido oportunidad de aliviarse en condiciones. El hecho de compartir habitación con ella y que la ducha no tuviera mango extensible dificultaba las cosas.

No tenía otra cosa en la cabeza que no fuera volver a sentir ese contacto a la par que se repetía una y otra vez que ella no había hecho nunca algo así.
Deseaba con todas sus fuerzas que el vagón se sacudiera mientras apartaba el capazo de mimbre de entre sus tobillos para poder estar unos centímetros más cerca de aquel desconocido.

Por suerte para Núria, el tren llegó a la siguiente estación y el frenazo, que fue más cuidadoso de lo que a ella le hubiera gustado, le sirvió como excusa perfecta para volver a dejarse caer de espaldas. Esta vez el chico no estuvo atento para agarrarla de nuevo y ella aprovechó la sacudida para frotar su culo contra el paquete de él. No se giró, sino que ella misma pegó su espalda unos segundos antes de volver a incorporarse.
Comenzó a rezar para que el desconocido no se bajase en esa estación y al notar que sus talones todavía tocaban las puntas de los zapatos de él después de que el tren volviera a arrancar, suspiró aliviada.
Ahora le notaba realmente cerca: El aliento cálido del chico llegaba a su cuello y ella no hacía más que inhalar con nerviosismo el perfume que despedía su imprevisto compañero de viaje. 

Núria quería estar todavía más cerca de él. Quería estar pegada de tal manera que si a él se le ocurría sacar la punta de la lengua, pudiera lamerle las gotas de sudor de su nuca.
Se sentía fuera de sí misma cuando colocó las manos a la espalda, alargando el dedo corazón con disimulo para alcanzar el pantalón del chico.
No le hizo falta, ya que de repente, se encontró con todo el paquete abultado en la palma de la mano.

No quiso mirar a los lados por si alguien más se había dado cuenta de aquello. Así que cerró los ojos y palpó a placer esa tela rígida, dura y caliente que aprisionaba algo que casi no podía asir del todo con la palma de su mano.
Agarró con fuerza el paquete mientras gemía lo más silenciosamente que sabía, cerrando los ojos con fuerza.
A continuación, las manos de él, grandes y fuertes, comenzaron a cogerla por la cintura, acercándola hasta la bragueta de su pantalón. Comenzó a sentir la tela tejana frotándose entre sus nalgas temiendo que su ropa interior no pudiera contener el chorro de flujo y que este resbalase por entre sus muslos.

Un dedo de él se internó bajo el vestido de Núria y comenzó a jugar con la costura de sus bragas colándose poco a poco. Ella quería comenzar a gritar obscenidades, darse la vuelta y subirse a horcajadas para que ese hombre la follase ahí mismo. En su lugar se colocó las gafas de sol a modo de antifaz para que nadie pudiera ver que se le caían las lágrimas de pura excitación.

La mano del desconocido se había ya colado con toda impunidad dentro de su ropa interior y recorría los pliegues de carne empapada hasta encontrar la entrada de su coño.
Núria era incapaz de concentrarse en nada que no fuera el olor de su propio flujo subiendo como un vaho caliente que explotaba dentro de su nariz, temiendo que el resto de los pasajeros pudieran olerlo también.

Dos dedos fuertes y gruesos se revolvían a placer mientras el pulgar presionaba contra su culo.
De aquella, el flujo ya resbalaba por su muslo izquierdo y Núria se imaginaba a ese cabrón lamiéndole el hilo viscoso como castigo por torturarla de esa manera.
La única venganza que se le ocurrió en ese momento fue agarrarle con fuerza el paquete aprisionándole así la polla y los huevos, deseando arrancarle los quejidos que ella no podía soltar. Pero lejos de amedrentarse, notaba como la polla del chico palpitaba y se agarrotaba cuando ella aflojaba un poco la mano, invitándola así a volver a apretarla.

Núria creía estar en una sauna a causa del calor húmedo que flotaba dentro del vagón, creyéndose ella la culpable de esa subida de temperatura.
Comenzó a pensar que el resto de pasajeros se estaban dando cuenta de lo que ellos dos estaban haciendo. Que comenzaban a mirarla, a lamerse los labios y a rodearla poco a poco. No sabía si eso formaba parte de su temor a ser descubierta, de su fantasía o que realmente estaba pasando.

En el mismo instante que el tren entró en un túnel haciendo que el vagón se quedara a oscuras, las manos del hombre dieron la vuelta a Núria y esta sintió cómo de forma hábil y precisa le levantaban el vestido y apartaban sus bragas para introducirle más de un palmo de carne dura y caliente que la llenó hasta las entrañas.
Rodeó con sus brazos al extraño y le mordió el cuello con fuerza para ahogar sus gritos sin soltarse, al tiempo que aprisionaba con sus piernas entorno a la cintura de él queriendo hundirse todo lo posible y más.

El tren dio una fuerte sacudida que hizo que se detuviera bruscamente, cosa que no le importó a Núria.
Tampoco le importó notar en la absoluta oscuridad un par de manos sobando su culo, otra agarrándola por el cuello, dos más apretando sus pechos, una lengua lamiendo el sudor de su nuca y hasta otras dos entrepiernas restregándose por sus caderas.
Les oía respirar con violencia, apretándose contra ella, mezclando su sudor con el suyo propio, mordiéndola aquí y allá.
No tardaron en arrancarle la ropa mientras el tren seguía parado dentro de ese túnel, a oscuras.

Se sumaban más cuerpos que le susurraban guarradas al oído o quizá dentro de su cabeza, ya no estaba segura de nada. La oscuridad daba vueltas alrededor de sus ojos y por suerte una boca se encontró con la suya y pudo beber de ella para no morir deshidratada.
La polla de su consentido acosador continuaba reventándola por dentro aunque no encontraba fuerzas para asirse a él.
Ya ni siquiera permanecía sujeta de brazos y piernas sino que los cuerpos a su alrededor la mantenían a pulso mientras varias decenas de dedos la recorrían, a veces colándose en su boca y otras hundiéndose en su coño.
Algunos dedos más finos y suaves que los otros le daban a probar flujos de distintos sabores. Seguramente, pensaba Núria, debía tratarse de otras mujeres que también la rodeaban.
Los orgasmos se sucedían entre sí haciendo que perdiera la cuenta y se desmayase entre uno y otro.

A veces las convulsiones se debían a causa de las embestidas de la gran polla que la atravesaba, otras por los tocamientos enloquecidos y desordenados sobre su sexo e incluso hasta por la forma de que una u otra boca le devorase el cuello con ansia.

Después de notar cómo su coño se inundaba de esperma hasta desbordarse, otra polla ocupó su lugar llevando a cabo unas embestidas todavía más frenéticas.
Suspendieron su cuerpo horizontalmente y empezó a palpar a ciegas a su alrededor agarrando otros cuerpos desnudos. Le inclinaban la cabeza para comer de diferentes bocas que iban siendo apartadas unas por otras que después se deslizaban por sus pechos y su vientre.
Cuando no tenía una polla follándola hasta la garganta era porque otra intentaba colarse entre sus labios.

De nuevo más orgasmos le hicieron sentirse febril y sin fuerzas. El esperma le resbalaba de entre sus muslos y rebasaba por su boca aquel que no conseguía tragar.  
Los espasmos agitaban sus caderas hasta sentir un hormigueo en las plantas de los pies. No podía más que balbucear incoherencias mientras los brazos que la sujetaban se resbalaban por el sudor.

Núria era líquido: Era sudor. Era semen. Era flujo. Era saliva.
No le importaba si ese tren volvía a arrancar dentro de dos minutos o dos días.
Quiso morir así.

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