martes, 20 de agosto de 2013

Polaroids. - segunda parte.

Por suerte, el cine donde trabajaba su primo los fines de semana no estaba muy lejos y consiguió llegar sin problemas.

Se dirigió directamente a la salida de emergencia del callejón, que conocía de sobra, de cuando su primo le conseguía colar algunas veces.
Sacó el manojo de llaves de su bolso y fue tanteando hasta encontrar la que abría aquella robusta puerta de acero.

Una vez dentro del edificio, casi a oscuras a excepción de las luces de emergencia del pasillo, fue caminando hasta pasar unas gruesas cortinas de terciopelo rojo. 
Una luz proveniente de la gigantesca pantalla de cine iluminó su cara. Se quedó absorta mirando la escena de una película porno barata en la que dos chicos magreaban a una mujer a medio vestir en un sofá.  Siguió caminando sin apartar la vista de la gran pantalla mientras subía la cuesta enmoquetada de la solitaria sala de cine. Le parecía que las paredes temblaban por los jadeos de la protagonista. No podía dejar de mirar ese espectáculo y su plan de desentrañar el secreto que guardaba su primo se vio interrumpido por la fascinación que sentía Adela al ver aquella escena. 

Se sentó en una butaca del centro de la fila, observando como ahora esos dos chicos se desnudaban para la actriz, voluptuosa y segura de si misma, que los miraba a ambos. 
Ella se sintió turbada por la soltura con que la mujer se encargaba de satisfacer tanto sus deseos como los de sus dos compañeros, agarrando con firmeza primero una polla erecta para masturbarla y después otra o bien dejándose lamer los pechos por sus voluntariosos amantes. 

Adela jugueteaba con una de sus coletas hasta que uno de los lazos que la adornaban se desprendió de su pelo y cayó entre sus muslos. Al darse cuenta, acercó la mano para recogerlo y sintió como su entrepierna estaba empapada y caliente. Se estremeció ante ese descubrimiento y con solo el roce de sus dedos, se le escapó un gemido ahogado. 
No pudo controlar la excitación y se desabrochó la blusa con una mano sin sacar la otra de dentro de sus bragas. 

Se incorporó entonces y desembarazándose de las bragas a toda prisa, se colocó encima de uno de los brazos de la butaca donde estaba y comenzó a cabalgarlo apoyándose en el respaldo del asiento de delante. 
Su pelvis chocaba con fuerza contra esa fuerte barra de equilibrios improvisada, castigándola con cada sacudida.

Mientras se rozaba con el cuero del reposabrazos, entrecerraba los ojos y clavaba sus uñas en el cabecero de la butaca delantera, imaginándose que era ella la protagonista de esa escena. Sintiendo su boca y su coño llenos por los rabos de esos actores. 

Poco le importaba incrementar los jadeos desesperados de su excitación ya que sentía como el sonido de la sala los ahogaba por completo. 

Estaba dejando el brazo de la butaca empapado cuando se metió tres dedos en la boca para imitar mejor a la estrella de cine que estaba viendo, para después, llenos de su propia saliva, restregárselos por los pezones tiesos.

La actriz le miraba a ella desafiante cuando uno de los actores se agarró la base del pene para comenzar a introducirlo dentro de su ano. 
Presa del desenfreno, untó el dedo corazón con sus fluidos y comenzó a jugar también con el agujero de su culo hasta que consiguió metérselo poco a poco.
Jamás hubiese podido imaginarse a si misma tan desinhibida, sintiéndose parte de la escena que estaba viendo. La mezcla de placer e irritación que estaba experimentando por primera vez, casi la empujaba a llorar de felicidad.

Al cabo de unos segundos, una corriente eléctrica la tiró al suelo y la devolvió al mundo real. Se quedó tumbada con la mejilla pegada a la áspera moqueta de la sala de cine hasta que consiguió recuperar el resuello.

Se incorporó con cuidado pero se tuvo que volver a sentar para que sus rodillas no le fallaran. Se reclinó en la butaca cerrando los ojos con fuerza rogando porque su corazón no se le saliese disparado por la garganta. Después los abrió echando la cabeza hacia atrás sintiéndose algo mareada.

Se apartó el pelo revuelto que le tapaba la vista cuando creyó ver algo por el rabillo del ojo y al volverse, se asustó al descubrir a un chico alto, que estaba de pie y parecía haber estado observándola desde hacía escasos minutos. 

Adela apartó la vista y apurada, comenzó a arreglar el desaguisado de su ropa abrochándose la blusa y colocando sus bragas de nuevo en su sitio, ignorando lo empapada que se sentía entre los muslos. 

Para cuando consiguió poner todo en su sitio, la figura del chico alto se encontraba ya a la altura de la fila de butacas donde ella se encontraba y entonces se fijó en la cara de este. Sin duda se trataba de Amador que se sentía tan sorprendido como ella. 

–Eres la prima de Enrique, ¿verdad?– se atrevió a decir el chico rubio, clavándole una mirada tan nerviosa como agresiva– ¿Qué coño estás haciendo aquí? 

Adela abrió la boca sin poder decir nada convincente, aunque tampoco le hubiese dejado. Amador la agarró por la muñeca y la llevó por el pasillo de la sala hasta la habitación del proyector. 

El cuarto del proyector era de unos veinte metros cuadrados, estaba poco iluminado y sin duda era mucho más caluroso que la propia sala de cine. Había latas de bobinas amontonadas en diferentes puntos junto con otras tantas colocadas en estanterías. Pegadas a una de las paredes, se encontraban las máquinas de proyección. Una de ellas era la que estaba en funcionamiento, disparando una luz clara a través del ventanuco que había en la pared que daba a la sala. El poco mobiliario que vestía el cuarto consistía en un par de sillas de director y un tresillo viejo de color verde oscuro. 

–Sí que has tardado, ¿no encontrabas las botellas del bar, o qué? 
Era la voz de su primo, que se encontraba de espaldas a ellos dos, revisando su mochila. 

–Me he encontrado con una sorpresa de camino. –dijo Amador, justo en el momento en que su amigo se giraba. 

Enrique abrió los ojos de par en par y casi se le cayó la mandíbula al suelo al ver a su prima ahí de pie, medio despeinada, con la cara roja por la vergüenza, mirando al suelo. 

–Me vas a meter en problemas si tus padres se enteran que te has escapado para venir aquí. Ahora mismo te llevo de vuelta a casa.

Enrique se dirigió hacia ella con la intención de llevársela cuando Adela se armó de valor para responder: 
–Vi las polaroids de tu carpeta –eso hizo que el chico se detuviera en seco–.  Las encontré junto con tu revista. Sé que no tenía que haberlo hecho, perdóname. 
Adela, más por la vergüenza que por la culpa se echó a llorar sobre el pecho de su primo, abrazándolo. 

–Vale, está bien. Solo falta que me hagas sentir culpable, niña –contestó Enrique acariciándole el pelo.

Adela comenzó a darse cuenta que el paquete de Enrique se estaba hinchando. Sin refrenarse y quizá embargada por la complicidad que quería sentir con ellos dos, dirigió su mano hacia la entrepierna de él. 
Su primo se apartó instintivamente. 

–¿Pero ahora que te pasa? –le gritó a la chica que ya había dejado de llorar.

–Llevo días soñando con vosotros dos, por eso he venido aquí. Y ahora quiero estar con vosotros. 

–Esta no es tan niña como tú te crees, Enrique. Tendrías que haberla visto en el patio de butacas. 

Amador se dirigió a ella y comenzó a acariciarle el abdomen, subiendo sus manos hasta los pechos. Ella se dejaba hacer estirando su cabeza hacia atrás, complacida. 

–Suéltala ahora mismo –dijo su primo, enfadado–.
–Quiero estar con vosotros dos, ahora. O le contaré a todo el mundo lo de tus fotos. 

Por la mirada de Adela, Enrique sabía que no podía arriesgarse a algo así. Se quedó en silencio unos segundos sintiendo cómo el calor de la habitación le asfixiaba. 
–A ti también te gusto. Lo he notado. Y a Amador también.

Amador continuaba acariciándola por encima de la ropa, frotando su paquete contra ella. 

–Ven, Enrique. A mí también me apetece estar con vosotros dos a la vez. Y más después de lo que he visto –contestó Amador, haciendo que el otro se les acercase.

Enrique soltó su brazo como un látigo y una sonora bofetada impactó contra la mejilla de su amigo. Este se apartó un paso de Adela y se acaricio la cara, sonriendo. 
La chica no entendía muy bien lo que estaba pasando y miraba a su primo y a su amante fijamente. 

–¿Quieres jugar con nosotros, eh? Te vamos a enseñar a jugar. ¿Has visto la cara que ha puesto Amador cuando le he soltado esa hostia? Le encanta que sea tan espontáneo con él. 

–¿Le ha dolido? No quiero que le hagas daño, me gusta mucho. 

–Sí que me duele. Pero me gusta que lo haga –le dijo Amador a ella–.

–¿Quieres probar tú? Vamos, dale una buena bofetada.

Amador se agachó hasta dejar su cara a la altura de ella y le besó en la boca. Después se separó unos centímetros y Adela estiró la mano hasta que le arreó un guantazo que le hizo girar la cara. Ella se quedó sonriendo y una risa nerviosa comenzó a brotar por su garganta. 

Se decidió a darle una bofetada más a su guapo maniquí de pruebas. Después otra más y luego otra, y otra. Subiendo la intensidad de sus manotazos contra las mejillas del chico. 
Ella no paraba de jadear y reírse con cada nuevo tortazo, hasta que se abalanzó sobre él y rodeándole el cuello con los brazos se subió encima agarrándose con sus piernas alrededor de su tronco. 
Amador la sujetaba sin problemas mientras ella besaba y lamía sus mejillas rosadas y calientes por culpa del daño que le había infligido. 

Sentía el sabor del sudor y el aftershave en cada beso y lamida que le propinaba y estos eran tan violentos y descontrolados como los guantazos que antes le habían marcado la cara. 

Por su parte, Enrique se había traído una de las sillas de director para sentarse delante de ellos. Los miraba frotándose la entrepierna hasta que tuvo que alzar la voz de nuevo: 

–Quítale la camisa, parece que tiene calor. 

Acto seguido, Adela se desprendió de él le desabrochó los botones de la camisa y la estiró hacia arriba para quitársela. El pecho definido y pálido de Amador estaba solamente manchado por unas pocas gotas de sudor que resbalaban hasta los abdominales donde comenzaba a crecerle un poco de vello en esa zona. 
Adela le acarició y resiguió los lunares de su torso con la punta del dedo, dibujando un camino hasta la hebilla del cinturón. 
Cuando ella quiso meter su mano dentro del pantalón, su primo la avisó para que no continuase por ahí, de momento. 
–Sigue acariciándole el pecho. ¿Está bien torneado, verdad? Pásale la lengua por los pezones. Y tú, como se te ocurra tocarla, te reviento. 

–Pero quiero que me toque –dijo Adela, suplicante.

–Te jodes, chúpale los pezones como te digo –zanjó su primo, con un tono autoritario. 

Adela se concentró en lamer con la tímida punta de su lengua sobre los pezones de Amador. Su primo no pudo aguantar mucho más ese espectáculo y se situó a su lado, con la cámara, fotografiándolos. 
Su prima escuchaba el disparador de la cámara y apretaba los ojos con fuerza deseando que cualquiera de los dos comenzase a acariciarla entre los muslos. 

Entonces Amador dejó la cámara en el suelo al lado de las instantáneas que se iban revelando poco a poco sobre la moqueta y se colocó a su lado para desabrocharle el cinturón a su amigo. Después le abrió la bragueta y condujo las manos temblorosas de su prima hasta los calzoncillos de este.

–Quiero que la agarres con fuerza. Que la aprietes bien fuerte para que no se escape. Siente lo caliente que está. Apriétasela hasta que veas que su cara refleje algo de dolor. Así, lo haces muy bien –le decía a Adela susurrándola al oído y terminó por meterle la punta de la lengua dentro de su oreja.

–Ahora fíjate como lo hago yo.

En ese momento Enrique separó un poco a su prima y agarró la zona de los testículos por encima del slip blanco que llevaba Amador. Este los apretó con fuerza, tanto que el chico no pudo reprimir un quejido. 
Adela los miraba aún más excitada y puso su mano encima de la de su primo y apretó con él hasta que Enrique decidió soltarle. 

–Acerca tu cara a su polla, siéntela contra tus mejillas. Nota el calor que desprende, huélela por encima de los calzoncillos. Vamos, hazlo. 

Adela acercó su cabeza poco a poco. Cerró los ojos y con la punta de la nariz resiguió el duro falo. Ella no quiso contenerse más y abrió la boca para atrapar con sus labios esa carne hinchada desde abajo, mordisqueando sin apenas apretar los dientes contra los huevos de su nuevo sirviente. Subió la boca deteniéndose cada pocos mordiscos hasta encontrarse con la goma del calzoncillo. Intentó disimuladamente meter la lengua entre la carne y la ropa interior pero justo cuando saboreó la piel caliente del chico, su primo volvió a dejarle con las ganas. 

–Apártate, no seas golosa. Sé que estás chorreando, puedo olerlo, ahora nos ocupamos de ti.

Enrique se desnudó también. Estaba aún más fornido que Amador y lucía una piel más bronceada. Se colocó delante de su amigo y se restregó contra él, sin haberse quitado aún los calzoncillos, comiéndose la boca sin ningún pudor delante de su prima que permanecía de rodillas mirándolos boquiabierta mordiéndose el labio inferior. 
Enrique se separó del chico y mirando a su prima desde ahí abajo, dejó caer un hilo de saliva hasta la boca de ella, que no dudó en saborearla cuando le cayó encima hasta tragársela. 

–Colócate de rodillas delante de la silla de director. De espaldas a nosotros. Apoya la cabeza en el asiento de esa silla, vamos –apremió Enrique con sus órdenes.

Esta le obedeció e instintivamente, separó las rodillas y levantó su culo deseosa de que la calmasen un poco. 
Tenía la mejilla apoyada en el asiento de lona de la silla y cerraba los ojos mientras notaba que uno de los dos, seguramente su primo, le desabrochaba la falda. 

–Ponte boca arriba entre sus muslos. Vas a darle su recompensa después de lo bien que te ha tratado, ¿vale, maricón?

Y en ese momento Adela escuchó el sonido de otra bofetada, cosa que, junto con el insulto le hizo estremecerse deseando sentarse sobre la boca de Amador para poder aliviarse por fin. 

El chico se tumbó sobre la moqueta, colocando su cara justo debajo de los muslos de la chica. Este se encontró atrapado por un calor asfixiante y su nariz reventó al aspirar el fuerte olor a flujo. Incluso un hilo espeso y caliente cayó sobre su boca justo antes de que Adela bajase las nalgas por orden expresa de su primo. 

Mientras la boca de Amador no podía hacer otra cosa que inundarse de flujo y sacar la lengua para metérsela entre los labios del coño de Adela, su pene gozaba de mayor libertad, ya que Enrique se había sentado a su lado y le había quitado los calzoncillos. 

Si bien Adela no podía ver como su primo masturbaba con firmeza al novio de este, sí que llegaba a escuchar el sonido del chapoteo del prepucio húmedo al ser pajeado con firmeza y siempre controlando que a Amador no se le escapase la leche antes de tiempo. Enrique paraba de vez en cuando para que eso no ocurriera. 

La chica por su parte no podía hacer otra cosa que gemir y gemir mientras Amador buceaba con sus labios y su lengua en su interior. Llegaba a utilizar su barbilla para repasarla bien y hasta ocasionalmente, conseguía levantar la cabeza para acercar tanto como podía, su lengua hasta el ano de Adela. 

–Insúltale, desfógate con él mientras te come el coño. Dile a este maricón que le vas a dejar el culo en carne viva como no se aplique con la boca.

Ella no pudo aguantar más y quiso desahogarse:

–Puto chupapollas de mierda. Méteme bien adentro la lengua que no me voy a romper, ¡hijo de puta! –gritó Adela para sorpresa de sus dos compañeros.

Amador se sintió entonces con la responsabilidad de aplicarse más a fondo con ella y comenzó a utilizar su boca para encontrar el clítoris de la chica y frotarlo entre los labios y la punta de la lengua. 
En ese momento los jadeos de Adela se acrecentaron. Por las mejillas de la chica rodaban lágrimas de placer. Se metió el pulgar en la boca para morderlo y chuparlo pensando en la polla de Amador que aún no había podido ver. 

–Lo hace bien, ¿verdad? No es la primera vez que está con una chica. Tiene alguna novia en el barrio que se lo hace pasar tan bien como a ti.

Las rodillas de Adela volvieron a fallarle y se desplomó sobre la cara de Amador en el momento que una fuerza la empujaba hacia afuera como si se hubiese montado en una atracción de feria.

Chillando hasta romperse, se bajó de la cara del chico para poder tumbarse ella también boca arriba y respirar con fuerza, como si no hubiese suficiente oxígeno en esa habitación. Arqueó la espalda para atesorar los últimos espasmos que le regalaba ese orgasmo y volvió a caer desplomada por el temblor de sus piernas. 

A los pocos segundos y bajo la atenta mirada de los dos chicos, Adela se giró hacia Amador y le lamió toda la cara para limpiarlo de flujo. 
Se dio cuenta entonces de lo mucho que le gustaba su propio sabor impregnando una piel que no fuese la suya. 

–La has dejado reventada. Te has portado bien. Y ahora voy a usarte yo.
Y diciendo esto, Enrique le dio un manotazo a la dura polla de su amigo y lo levantó para conducirlo al sofá.

Colocó a Amador de rodillas sobre el tresillo verde, de espaldas a ellos y le agarró por la nuca para hundirle la cara sobre el respaldo.
Luego se quitó los calzoncillos y se escupió en la palma de la mano para untarse la saliva sobre el glande. 

Adela veía esa escena tumbada boca arriba, apoyada sobre sus codos, vestida solo con la blusa. Se sentía de nuevo deseosa, mirando la polla de su primo, grande y marcada por las venas, con un capullo rosado que brillaba por la saliva que se había aplicado.

Esta consiguió levantarse y se puso de rodillas delante de su primo y abrió la boca para probarla por primera vez. Un gusto un poco agrio pero delicioso para su paladar le llenó la boca y le dejó la punta todo lo babeada que pudo. 
Su primo la apartó al sentir el placer cálido y un hilo de saliva les unió durante unos instantes hasta que las babas de la chica se escurrieron de sus labios y acabaron cayendo por dentro de su blusa, acariciando sus pechos desde el interior.

Enrique agarró su polla por la base y la encaminó entre las nalgas de Amador que comenzó a quejarse un poco. 

Cuando ya había colocado casi la mitad de su falo dentro del culo de Amador, le agarró por las caderas y fue introduciéndola poco a poco con suavidad. 

Adela había recogido la cámara del suelo y se sentó en el brazo del tresillo para tomar fotos de los dos amantes mientras se tocaba.

Enrique estaba forzando de veras el culo de su amigo mientras le agarraba con fuerza del pelo y le azotaba las nalgas. Su amigo por su parte no podía hacer más que enterrar la cara en el respaldo del sofá y morderlo con rabia contenida. 

En ese momento, después de tomar algunas instantáneas, Adela dejó la cámara en el suelo e hizo un gesto a su primo para que le permitiera alargar su brazo hasta la entrepierna de Amador. 

–Se lo ha ganado, quiero ordeñarlo mientras se la metes por el culo a este maricón –soltó alegremente como una niña que juega con su mascota.

Enrique seguía bombeando el culo de su compañero, viendo como su prima estaba sentada a su lado, agarrando con fuerza la tranca de este y se metía los dedos en el coño con la otra mano.

Acabó por sacarse los dedos y metérselos en la boca a Amador agarrándole ella misma del pelo. 

–Cuando le saques la leche a este, quiero que la recojas y se las des a probar también –le dijo su primo.

Ella asintió y al escuchar los gemidos, Adela puso la mano bajo el prepucio del chico rubio para recoger tanta leche como pudo, haciendo cuenco con la palma de la mano. 
Terminó de escurrirle las últimas gotas y le acercó con cuidado la mano hasta su boca.
Amador obedientemente la abrió y se tragó su propia corrida mientras la chica le miraba fijamente con una sonrisa maliciosa. 

Ante aquella visión, Enrique no pudo contenerse más y sacó sin previo aviso toda su larga polla del culo de su amigo justo en el momento de apoyar en capullo en sus nalgas: 
Un chorro blanco y espeso se disparó por el glande, manchando la espalda de Amador. Le dibujó una línea blanca que le llegaba casi hasta los hombros. 

Enrique se quedó así unos segundos hasta que se desplomó sobre sofá.

Amador se quedó a su lado y le besó en la boca. Los dos notaron de nuevo el regusto agrio de la corrida de él.

Adela pudo llegar a tiempo para captar ese momento con la cámara y se quedó de pie agitando la foto polaroid hasta que se reveló la imagen de los dos amantes besándose. Después se tumbó sobre sus regazos dejándose acariciar suavemente por sus dos amigos. 

Al lunes siguiente todo volvió a la normalidad y de nuevo Adela salió por la puerta de su colegio junto a su amiga Arantxa.  Los calores de la primavera se hacían presentes en ellas y habían prescindido del cárdigan del uniforme. 

Pasaron como cada día por el parque esquivando las miradas de los abuelos que se cocían como lagartos al sol. 

–Ahí está otra vez el yayo guarro de la gorra, tocándose el paquete, ¡qué asco! –murmuró Arantxa algo preocupada. 

–¡Eh, tú! ¡Viejo de mierda! –comenzó a gritar Adela–. Míralo bien porque no vas a tocarlo en tu vida. 

Y acto seguido Adela se subió la falda retando al viejo. Las dos chicas comenzaron a reírse mientras se iban corriendo del parque. 

–¡Estás loca, tía! Como alguien se lo diga a tus padres, verás. 

–Que se enteren, a ver si así aprenden esos asquerosos –respondió sin darle mayor importancia–. 

–Ya, eso espero. La verdad es que ha sido una pasada. Oye, ya estamos casi en verano, ¿eh? ¿Qué vas a hacer en vacaciones? 

–Supongo que me iré al pueblo, como siempre.

–¿A ligar con los paletos esos? –rió Arantxa haciendo silbar el aire entre los brackets y sorbiendo su saliva. 

–Va, yo que sé. Son todos unos críos. ¿A ti te gustaría ir al cine un día de estos? 


martes, 13 de agosto de 2013

Polaroids. - primera parte.

Eran justo las cinco de la tarde. Y esto lo sabía cualquiera que pasase por ahí, al escuchar cómo repicaban las campanas de la iglesia cercana al colegio de Adela.
Como siempre a esa hora, salía ella por la puerta principal acompañada de su amiga Arantxa.

Las dos ataviadas con el mismo uniforme: Zapatos planos, calcetines blancos de algodón hasta las rodillas, falda plisada gris y un cárdigan azul marino que comenzaba a sobrar por aquellas fechas.

Aunque Adela, siendo alta para sus dieciséis años, llenaba mucho mejor el conjunto, rematándolo con unos lazos de Don Algodón para adornar sus coletas de color castaño. Su amiga, algo más bajita y delgada, lucia una brillante ortodoncia y unas gafas de concha.
Esta cargaba una cartera de cuero marrón a sus espaldas, mientras que la de las coletas, tapaba su desarrollado pecho con una carpeta forrada con adonis de la canción ligera de esa época.

Apretaron el paso al cruzar el parque, con la cabeza gacha y sonriéndose vergonzosas por culpa de los señores mayores que las escudriñaban sentados en sus bancos.

–Ese de ahí se está tocando el paquete mientras te mira –dijo Arantxa señalando con el mentón a un hombre con gorra de unos setenta años.
–¡Serás guarra! –le espetó Adela–. Seguro que se la casca cuando llegue a casa, pero pensando en tus aparatos.
Las dos se echaron a reír dándose codazos de complicidad cuando llegaron a las puertas de hierro forjado de la salida del parque. Se despidieron hasta el día siguiente y Adela enfiló la calle principal para dirigirse a casa de sus tíos.

Los días de colegio, Adela iba a merendar y hacer los deberes a casa de sus tíos, hasta que su padre o su madre la recogiesen para llevarla a casa.

Ahí se pasaba las tardes con su primo Enrique, dos años mayor que ella. Intentaba ayudarla con los deberes, o más bien vigilaba que los hiciera y no se distrajese interrogándole con sus preguntas incómodas:

–¿Y tú ya tienes novia o qué? –preguntó ella para molestarlo. Sonriendo burlonamente, levantando la vista de sus apuntes.
–¿O qué? –Contestó para desafiarla– Sabes de sobra que no tengo novia ni perro que me ladre. ¿Por qué quieres saberlo?
–Va, un chico alto y moreno como tú. Con esos ojos verdes. No sé para qué te pones tan cachas en el gimnasio. Menudo desperdicio de cuerpo…
–No seas tan deslenguada, niña. –le contestó Enrique mientras se incorporaba en la cama de su habitación y le estiraba una de sus coletas.

En ese momento sonó el interfono y su primo salió de la habitación apresuradamente para responder. –Debe ser Amador. –dijo por el pasillo para contestarlo.
Ella escuchó como hablaba a través del aparato y le decía que bajaba al portal. 

Adela se quedó en silencio en el cuarto de su primo y no tardó ni dos segundos en apartar la vista de su material de estudio para comenzar a cotillear por la habitación. Revolvió un par de cajones del escritorio, más por aburrimiento que por la esperanza de encontrar nada.

Después de revolverle un poco la mesa, se tumbó bocabajo con un suspiro desganado sobre la cama. Dejó caer la mano por el espacio entre la pared y el somier y sus dedos notaron el borde de algo parecido al cartón, casi tocando el suelo. Adela metió más el brazo y agarró lo que fuera aquello y lo sacó de ahí.

Resultó ser una carpeta negra de separadores, con gomas elásticas.
La abrió curiosa, y entre unos folios de apuntes encontró una revista.

La revista, de descriptivo nombre “MACHOS”, mostraba en la portada a un hombre velludo y con barba, vestido solo con unos tejanos, con la bragueta abierta y la mano metida dentro.

Encontrar ese tesoro oculto y sórdido de su primo la tenía bastante excitada. Comenzó a sentir calor en sus mejillas y los acelerados latidos del corazón golpeaban contra su pecho.
Que el hombre de la portada la mirase fijamente no hacía más que provocar en Adela unas ganas irrefrenables de frotarse contra el colchón.
Miraba a ese tío musculado en blanco y negro, se mordía el labio inferior y acariciaba el contorno de la figura sobre la portada.

Acabó por pegar la cara contra la revista, ya con una mano aprisionada entre sus caderas y la cama. Quería ir más lejos y besar a ese tío desnudo: Comenzó besándole sobre la cara. Sus labios atrapaban toda su cabeza y bajó la boca un poco más para hacer lo mismo con su cuello y sus pectorales.  Después sacó la punta de su lengua y la paseó por los abdominales.

La mano se movía con cierta dificultad intentando abrirse paso entre el colchón y sus braguitas blancas de algodón hasta que consiguió resbalar las yemas de sus dedos entre los labios de su raja. Estos se movían arriba y abajo cada vez a mayor velocidad gracias a los fluidos que salían de dentro de su coño y resbalaban por la palma de su mano.
Sentía como se asfixiaba de calor por culpa del fuego que la quemaba desde dentro.

Se sentía ya a punto de explotar cuando entrecerró los ojos y pudo imaginar al hombre de la portada, encima de ella, agarrándola con fuerza de las muñecas.
 El orgasmo la inundó desde el interior recorriendo sus piernas, haciéndola temblar hasta los pies.

Recobró la respiración y se dio la vuelta, sosteniendo la revista contra su pecho. Le acercó los dedos mojados a la cara del chico duro y manchó un poco la portada:

–Ten, pruébame tú a mí ahora –le dijo Adela sonriéndole. Y después volvió a besar esa foto, notando el regusto suave y salado que le había dejado.

Se puso a lamerse la mano como una gata a la hora del baño mientras hojeaba distraída la revista viendo una sucesión de más hombres fotografiados en duchas, gimnasios o al aire libre.

–Serás todo lo maricón que quieras Enrique, pero no te falta buen gusto –soltó ella, asimilando en ese momento la condición de su primo.

Al volver a guardar la revista en la carpeta, se encontró algo con lo que no había reparado su atención antes:
Era un sobre de papel marrón algo abultado. Dejó caer su contenido sobre la cama y la colcha se inundó con un montón de fotos polaroid.

En ellas, un chico alto, rubio y bien definido, posaba delante de la cámara: Algunas veces sin camiseta, otras desabrochándose los pantalones, en otras solo se veía como marcaba paquete en calzoncillos y alguna incluso totalmente desnudo y erecto.
Todas ellas tomadas en la misma habitación.
La identificó en seguida. Se trataba de la sala del proyector del cine donde trabajaba su primo los fines de semana.

Detrás de cada foto, en el espacio inferior en blanco, había apuntada con rotulador una fecha. Esas fotos habían sido tomadas desde hacía casi un año: 30/1/88,11/7/87, 27/2/88, 31/10/87, 8/8/87, 19/12/87, 23/4/88... Un rápido vistazo al calendario de la pared le reveló que las fechas siempre coincidían con un sábado.

Adela se sentía como una detective de novela negra ligando esos cabos sueltos. Estaba claro que su primo Enrique se citaba con un amigo cada sábado en el cine donde trabajaba.

En ese momento volvió a retumbar como un trueno el interfono y Adela saltó de la cama y comenzó a recoger apresuradamente las fotos y meterlas de nuevo en el sobre, y este junto con la revista, dentro de la carpeta, para acabar dejándola donde la encontró.                                                                                                                                          

Comenzó a alisarse el uniforme escolar cuando su tío abrió la puerta sin llamar antes:
Adela, baja al portal. Ya está aquí el coche de tu padre –le dijo metiéndole prisa–, ¿Cómo es que tienes la cara así de roja?
–De tanto estudiar –contestó con una risita nerviosa–, supongo.
Y salió por la puerta de la habitación a prisa sin mirarle a la cara.

Al cruzar el portal de la casa de sus tíos vio a Enrique apoyado en la pared, fumando y charlando con un chico alto y rubio.

Un rápido vistazo le bastó para darse cuenta de que el tal Amador que había llamado antes a su primo, era el mismo modelo de las polaroids. Aún vestido y con una actitud más relajada se le podía reconocer a simple vista.

En ese intervalo de pocos segundos, ella pudo contemplar con atención las facciones de su rostro: Tenía los labios gruesos y rosados, bien afeitado y un cabello rizado, no muy corto.
Amador le devolvió la mirada, algo extrañado por la curiosidad que sentía por él esa chica con uniforme escolar.

Adela se despidió de Enrique y Amador haciendo un gesto con la mano y se subió al coche de su padre, que arrancó dirección a su casa.

Durante los sucesivos días, Adela no dejaba de pensar en Amador y más aún en el tipo de relación que podía tener con Enrique.
Su imaginación hacía que se olvidase de que estaba en clase y fantaseaba con ellos.

Los imaginaba como dos lascivos amantes siempre dispuestos a darle a ella un buen espectáculo: A veces llevaban tan solo unos tejanos ajustados empapándose en una ducha y devorándose la boca.
Otras veces los veía en la habitación de Enrique, uno encima del otro mientras ella podía masturbarse cómodamente en la mesa donde hacía los deberes.
Incluso podía imaginárselos apoyados sobre el pupitre donde ella estaba en ese momento, con Amador inclinado sobre ella a un palmo de sus labios mientras su primo Enrique lo embestía por detrás sudando y aullando de placer. Rozándole los labios, casi besándolo mientras su primo le daba por el culo.

Para cuando quiso darse cuenta, su amiga Arantxa, sentada en su mismo pupitre, acabó por darle un codazo que la devolvió a la realidad:
–Vas a acabar por hacerte sangre en el labio–.
–¿Qué? –contestó alarmada Adela, volviendo en si de sus pensamientos.
–Llevas toda la clase con la mirada perdida y mordiéndote el labio–.

Adela se sorprendió de su actitud y se fijó en que tenía las piernas cruzadas, con los muslos contrayendo y distensionando sus músculos en una especie de discreto e involuntario juego onanístico.
Al sonar el timbre y dar la clase por terminada, se levantó sintiéndose empapada y dejando un leve rastro de humedad en la silla.

Al llegar a casa de sus tíos y con el cárdigan anudado en la cintura para disimular cualquier mancha incómoda de su falda, Adela se fijó que su primo sacó un juego de llaves de su mochila y lo guardó en el escritorio. Pudo fijarse, antes de perderlo de vista, que tenía un llavero con el nombre del cine donde él trabajaba.
La chica comenzó a urdir en su mente un plan, sintiéndose algo mareada y acalorada.

Esta se disculpó diciendo que necesitaba un vaso de agua y salió de la habitación. Por el pasillo se acercó al teléfono, que estaba prendido a la pared. Descolgó e hizo girar la rueda tres veces. Informó de algo al receptor del otro lado y volvió a colgar.
Regresó a la habitación con un vaso de agua y disimuló su tensión fingiendo un gran interés por los apuntes que estaba leyendo.

En ese momento sonó el teléfono y Adela no pudo contener un leve respingo. Su primo salió de la habitación para alcanzar el aparato antes que sus padres, temiendo algún tipo de llamada incómoda.

En el momento que ella se quedó a solas en la habitación, miró hacia la puerta mordiéndose el labio y abrió el cajón para sacar el juego de llaves que antes había visto. Se levantó para estudiarlo detenidamente, pero enseguida se alarmó al sentir que Enrique había colgado bruscamente el teléfono del pasillo.
Sin tiempo a reaccionar, se guardó el juego de llaves dentro de sus braguitas de algodón, sintiendo de golpe el frío de esas piezas metálicas contra su pubis.

Su primo entró extrañado en la habitación, diciendo que una telefonista le había llamado diciendo algo sobre responder a una petición de comprobación de línea que le habían pedido.
Adela sonrió sintiéndose la chica más lista del mundo. Aunque tuviese que permanecer ahí sentada, durante una hora más, con un juego de llaves rozándole el coño.

Ella sabía por supuesto que su primo necesitaría esas llaves, pero no antes de que llegase el fin de semana. Al día siguiente lo volvió a dejar en su sitio después de pasar por una zapatería y pedir que le hiciesen un juego nuevo.

Por fin había llegado el sábado por la noche y Adela estaba preparada para llevar su travesura hasta el final. 
Esperó a que sus padres se durmiesen para salir de la cama, ya vestida de calle para ahorrar tiempo. Dejó unos almohadones debajo de las sábanas y salió con los zapatos en la mano para no hacer ruido al caminar por el pasillo.
Abrió la puerta con un cuidado digno de una ladrona y la volvió a cerrar de la misma manera al salir.

Respiró hondo al llegar a la calle y su pecho se llenó con el aire frío de la noche, que le hizo sentir miedo y excitación por la hazaña que estaba apunto de llevar a cabo.

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