miércoles, 23 de julio de 2014

Déjalo bien limpio.

La yema de su dedo índice acaricia con cuidado la fría pantalla del móvil para limpiarla de pequeñas gotas de lluvia, mientras espera de pie la llegada de su autobús. A esas horas de la noche siempre se encuentra sola bajo el techo de fibra de vidrio de la parada.
El repiqueteo de la lluvia es para ella casi inaudible gracias a los auriculares con los que se aísla escuchando el Concierto de Brandeburgo n.º 1 en fa mayor.

Marga aprovecha ese tiempo de espera mirando las fotos que cuelgan en Instagram unos cuantos desconocidos con una vida mucho más interesante que la suya. Pasa el dedo para ver puntos turísticos de ciudades europeas, terrazas de cafeterías, puestas de sol en playas desconocidas…
Se tortura a sí misma como quien se toca con la punta de su lengua una llaga en la parte interior de la mejilla.
Todo eso le distrae a la vez que se pone de mal humor por tener que esperar un autobús que siempre llega tarde, en una parada en medio de ningún lugar a las tantas de la noche. Y encima con esa lluvia.

Se ajusta los auriculares de botón cuando ve los faros del bus acercándose cada vez más lentamente hasta donde ella se encuentra. Se sube enseguida, lanzándole un escueto hola al conductor cuando pica su tarjeta y pasa entre los asientos vacíos hasta colocarse en el lugar de siempre: Uno de los reservados para personas con movilidad reducida donde estirar cómodamente las piernas, en el lado derecho del bus para que el conductor no pueda mirarla de manera furtiva. Le pone nerviosa que alguien la aceche con la mirada y más a través de un espejo retrovisor. 

Arranca ruidosamente el vehículo y Marga se acomoda dejando su bolso en el asiento de enfrente. Saca su libro y comienza a leer para no tener que mirar por la ventana un paisaje oscuro, pobremente iluminado por las farolas que proyectan una triste luz amarilla sobre las despobladas aceras.

Llega a su destino con cierto retraso. Camina lo más a prisa que puede, todavía bajo una molesta lluvia, hasta llegar a un monstruoso centro comercial situado a las afueras de la ciudad.

Aprieta el único botón del portero automático situado en la pequeña puerta lateral, destinada a los empleados y deja que la cámara, como un cíclope robótico, la escrute hasta que escucha el zumbido del interfono que le permite abrir la puerta y entrar.

Recorre una serie de pasillos con paredes de cemento que no contienen ningún tipo de decoración más que los fluorescentes zumbando en el techo. Sale a la planta baja del centro comercial y se encamina hasta el escaparate de una tienda clónica de ropa de mujer de esas que se pueden encontrar en cualquier ciudad. Una tienda con su enorme rótulo sobre la puerta y sus maniquíes sin rostro, posando de forma altiva sintiéndose orgullosos por pasarse la vida subidos a un pedestal para que la gente los contemple.

Saca del bolso un enorme juego de llaves y selecciona una en concreto que le permite abrir el candado que cuelga de en medio de la puerta de cristal.
A continuación, se apremia para abrir la puerta y dirigirse con agilidad hasta la alarma que hay al lado del mostrador. Pulsa de forma mecánica el código para desactivarla justo a la hora en que debe comenzar su jornada de trabajo y vuelve a la puerta para desmontar el candado y colocarlo por dentro para cerrarse a solas dentro de la tienda.
Después va hasta el panel de interruptores y enciende los que están marcados con un trozo de cinta adhesiva de color negro. La tienda parpadea desde fuera tímidamente y se hace la luz.

Y entonces suspira.

Quizá suspira de alivio por haber llegado a tiempo a su tercer trabajo una noche más. Quizá de cansancio por la carrera desde la parada del autobús hasta ahí. Quizá de resignación por encontrarse dentro de una jaula de cristal sin más compañía que sus auriculares después de todo un día trabajando en otros dos sitios más para poder pagar el alquiler y las facturas de la residencia de su madre.

Se dirige al vestuario que utilizan las empleadas de la tienda.
Llamar vestuario a una pequeña habitación sin ventanas, amueblada pobremente con un par de taquillas y un estrecho banco quizá sea demasiado halagador. Pero ahí abre su taquilla, coloca su bolso y comienza a quitarse capas de ropa mojadas que cuelga bien en una percha, bien en el respaldo de una silla, bien sobre el banco… en previsión de conseguir que se sequen un poco durante su jornada.

Se queda en ropa interior cuando su propio reflejo en un espejo de cuerpo entero llama su atención. Se sorprende al mirarse semi desnuda, con la cara apagada, no triste, sino gris. Rendida.

Se acerca hasta el espejo y mira su figura delgada, sus costillas marcadas. La piel helada y pálida por culpa del frío y la lluvia que había padecido hace unos minutos. Se pasa un mechón de pelo negro detrás de cada oreja y se coloca de perfil para comprobar una sutil curva en su abdomen y un pecho y un culo un tanto caídos. Primeros síntomas de sus recientes cuarenta años junto con unas patas de gallo que quedan ocultas tras las patillas de sus gafas de pasta.

Se viste con su bata a rayas y unas zapatillas ligeras y blancas. Mete el móvil en el bolsillo de la bata y se coloca los cascos.

Sale de la pequeña habitación y se dirige al cuartillo de las escobas para coger sus bártulos y desempeñar su tarea nocturna: Dejar esa cueva de mármol y parqué como los chorros del oro.

Se sitúa en medio de la tienda, rodeada por muebles llenos de jerseys y pantalones, maniquíes absortos y burros cargados de abrigos en sus perchas. Saca su teléfono y busca en la carpeta de música la versión completa de El Lago De Los Cisnes. Pulsa play en la pantalla y comienza la reproducción con los sonidos de afinamiento de los instrumentos de la Orquesta Filarmónica de Moscú.

La sala rompe en aplausos en el momento en que el director cruza el foso del teatro y se sube al estrado para saludar al público. De repente, se crea un silencio reverencial. Segundos después, suenan las primeras notas del oboe que acaricia sus oídos como la punta de un lápiz sobre el papel.
 Justo entonces es cuando Marga, la mujer de cuarenta años que quería ser bailarina desde los nueve, enciende el aspirador y baila con él por toda la tienda.

Sus pies no pesan; sus piernas no le duelen y no suspira resignada. Y no oye nada más que la sección de viento de la orquesta.
Se desliza agarrando el mango de la aspiradora limpiando el parqué, esquivando los muebles hasta que recorre entera la tienda. Después la apaga, recoge el cable y la vuelve a dejar en el cuartito. A continuación llena un cubo con agua del lavadero de dentro de ese mismo cuarto y añade apenas un tapón de vinagre. Lleva el cubo a la zona central de la tienda y mete dentro la fregona para hacer girar el mocho con un ágil movimiento con las palmas de las manos. Saca el mocho completamente empapado del cubo y lo retuerce con ganas dentro del escurridor hasta que deja de gotear. Y entonces vuelve a bailar con él como si fuese su compañero sobre el escenario.

Marga se siente satisfecha viendo el brillo de la madera por toda la tienda y hasta se permite sonreír. Vuelve al cuartito y tira el agua sucia por el váter. Vuelve a llenarlo un poco y aclara la fregona para escurrirla y dejarla colgada en el mismo sitio de antes. Vuelve a tirar el agua sobrante hasta vaciar de cualquier impureza el cubo. Después, coge un cubo más pequeño con trapos y un vaporizador.

Mientras se seca el suelo, se encamina hacia los probadores, para acabar de rematar la faena.

Sube los dos escalones que separan esa zona y enciende un interruptor para iluminar mejor el pasillo separado por un tabique del resto de la tienda. Descorre las cortinas, saca de en medio los taburetes y los sacude con un trapo para quitarles el poco polvo que puedan tener. Agarra una vieja escoba apoyada tras el pequeño mostrador que hay para dejar las prendas sobrantes y arrastra las bolas de pelusa y las etiquetas desprendidas y lo va echando todo dentro de un recogedor.

Después coge el vaporizador de limpia cristales y se encamina al probador que queda al fondo del pasillo.

Ahí se entretiene en una de las tareas que más placer le producen: Limpiar los espejos de cada probador.
Primero rocía con el vaporizador la superficie fría y suave del espejo dejando que el líquido resbale poco a poco hacia abajo. A continuación, pasa un trapo de algodón blanco describiendo círculos hasta que consigue eliminar la sustancia limpiadora.
Lo hace de arriba bajo y se concentra para que no quede ni rastro de las marcas de dedos que las clientas hayan podido dejar durante el día.
Una vez terminada esta operación, mira con detenimiento el primer espejo tal y como haría un experto en arte para comprobar que una obra no ha sufrido el más mínimo desperfecto durante el paso de los años.
Si no queda completamente satisfecha su obsesión por dejar impoluta la superficie pulida de metro setenta, coge de nuevo el trapo, agarrándolo por una punta y se esfuerza en frotar pequeñas manchas que han podido quedar. Lanza incluso un poco de aliento sobre el espejo para convencerse de que las manchas han desaparecido del todo.
Se aleja unos pasos y vuelve a mirar el resultado de su trabajo.

Repite la operación en el siguiente probador. Queda horrorizada al comprobar que alguna maleducada sin escrúpulos ha pegado una etiqueta adhesiva sobre el espejo. La extrae con el máximo cuidado y raspa poco a poco los residuos que deja la pegatina ayudándose de una pequeña espátula que lleva en el cubo pequeño.
Vuelve a llenar el espejo de líquido y lo mima abrillantándolo con su trapo. Con la punta del dedo enfundado en el paño, recorre los bordes del cristal para limpiar el polvo. Su cara está a tan solo dos dedos del espejo, mirándose a sí misma a los ojos, sonriéndose con mimo por el cuidado que demuestra.
Sintiéndose complacida con la limpieza de ese espejo, pasa al tercer y último probador.

Dentro se encuentra un espejo un tanto más estropeado que sus otros dos compañeros y comienza a presentar síntomas de vejez: Tiene unas pequeñas mellas en el borde superior izquierdo y una rotura curvada en la parte baja derecha, seguramente por el impacto del taburete a manos de alguien poco cauto.

Marga siempre procura tratar con mayor atención ese espejo. Le gusta pegar su mejilla contra él y sentir un cierto frío ante el contacto. Incluso a veces lo besa.

Lo besa como cuando ella se encerraba con trece años en el cuarto de baño de casa y se apoyaba en el lavabo para alcanzar mejor su reflejo y practicar así su técnica con los labios. Le gustaba abrirlos un poco cuando tocaba la superficie pulida y la punta de su lengua describía tímidos círculos dentro de su boca fingiendo que lo hacía con algún chico de clase. Llegaba incluso a apoyar la entrepierna en el canto del duro mármol del lavabo, sin darse cuenta de que acababa por rozarse más de la cuenta. Terminaba siempre con la boca mojada por su propia saliva y el espejo del baño con una serie de círculos húmedos a la altura de su cara. Pero al terminar, procuraba respirar hondo para no ruborizarse en exceso y se tranquilizaba cogiendo un poco de papel higiénico para limpiar las marcas que dejaba, por miedo a que sus padres pudieran descubrirla.

Marga piensa en esa escena de su pubertad mientras rocía más de lo habitual el espejo y lo acaricia con suavidad con el trapo, evitando que los chorros de líquido no caigan en el suelo del probador.
Se azora recordando sus prácticas de besos y se turba con el punzante olor a limón del limpia cristales que inunda su olfato. Estando embelesada de rodillas, no se da cuenta y se provoca un pequeño corte en el dedo anular con el filo roto del espejo. Retira la mano rápidamente y se fija en una pequeña línea que se mancha con una gota de sangre.
Marga se lleva el dedo a los labios y se lame la herida, sin apartar los ojos del cristal.

Es en ese preciso instante cuando se da cuenta de que no es su rostro el que queda delante de ella en el espejo sino sus piernas. Se asusta cayéndose hacia atrás al ver que su propio reflejo no copia sus movimientos, sino que la Marga que hay al otro lado del espejo, la mira de pie, atentamente.

Marga no da crédito a sus ojos y los cierra con fuerza para volver a abrirlos. Al hacerlo, respira aliviada al comprobar que el espejo vuelve a cumplir su función de copiar su postura. Prácticamente tumbada en el suelo por la sorpresa, se ríe nerviosa y se quita los auriculares, pone en pausa el reproductor del móvil, lo deja sobre un taburete y se levanta con cuidado.

Vuelve a colocarse delante del espejo para terminar de limpiarlo sin quitarle un ojo a su propia figura reflejada por temor a que vuelva a jugarle una mala pasada.
Sonríe por pensar en ese tipo de cosas cuando de nuevo su reflejo deja de copiarla para apoyar las dos manos sobre el cristal y besarlo.
Ella grita asustada y su reflejo la mira sonriente, queriendo jugar con ella.

Una mano de la Marga de detrás del espejo comienza a atravesar la superficie para agarrar la muñeca de esta.
Se queda petrificada aunque nota que no la está agarrando con fuerza. Los dedos de su homónima acarician su brazo con un tacto frío y suave.

Ella retrocede unos pasos, obligando a su reflejo a sacar del todo el brazo, después la cara, el torso, y por último las dos piernas, levantándolas para poder pasar por encima del borde del cristal.

El reflejo de Marga mira a esta embelesada y alegre. Ella no deja de sentirse atónita hasta que recibe otra caricia a lo largo de su mejilla y sostiene su mentón para acercarse a su cara y besarla.

Cierran ambas los ojos y Marga nota unos labios frescos con un suave sabor a limón que tocan los suyos, hasta que consigue abrir unos centímetros la boca, y una lengua húmeda se cuela dentro de ella.

Se rinde ante la amante que la abraza y nota que vuelve a besarla tal y cómo a ella le gusta después de tantos años siendo besada por otras bocas. Nadie como ella misma para saber que los besos que más le gustan deben dárselos sin invadir demasiado su boca, juntando su lengua con la otra, repasándosela desde dentro afuera y tocar entonces la punta para llevarla debajo de su propia lengua y repetir el movimiento por debajo.

Sus ojos siguen cerrados y nota las manos de la otra Marga, que en el fondo es ella misma, acariciando su cuello. Esas manos suaves y delicadas como el cristal, se pasean por los hombros y llegan hasta los botones de la bata, que se desprenden con facilidad hasta que queda totalmente abierta. El roce de la tela por sus hombros le indica que la está desnudando hasta que la prenda cae al suelo.

Marga abre los ojos para comprobar que su doble también está ahora en ropa interior y se acerca para abrazarla y sentir ahora su boca mordisqueando su cuello de forma plácida y sin prisas. Nota cómo los labios repasan cada punto que va desde detrás de su oreja hasta la clavícula, deteniéndose allí donde solo Marga sabe que se nota más vulnerable ante los besos, los lametones y los pequeños mordiscos.

Le tiemblan las piernas y se encuentra algo asustada por la situación. Pero deja que ella continúe mientras nota los brazos rodeando su cintura y las yemas de los dedos dibujando unas líneas imaginarias por su espalda.
Los diez dedos de su doble se mueven arriba y abajo con tanta soltura que a Marga le parece que le acarician cuatro manos a la vez, desde los omoplatos hasta su columna vertebral tocándola como un instrumento de cuerda.

La boca de su reflejo, pasa ahora a sus hombros y ahí clava los dientes con cuidado, repasando la lengua poco a poco. Avanza hasta un tirante del sostén y lo aparta con la boca para después hacer lo mismo con el otro, esta vez con la mano.

Por su espalda nota como le desabrocha el sujetador con una precisión milimétrica que no ha notado jamás en otra persona.
Sus pequeños pechos al descubierto concentran entonces toda la atención de su amante: Las palmas de las manos juegan con ellos y nota como una se aparta para llegar hasta su boca. Marga sabe que esa mano está ahí para que ella saque la lengua y la lama, cosa que hace obedientemente. La mano vuelve a su pecho y su propia saliva roza su pezón endurecido mientras que el otro está siendo atacado por esa lengua experta que no deja de ser un reflejo de la suya propia.
Las areolas son friccionadas por unos dedos, de una boca, de unos dientes y una lengua que no podrían conocer mejor su propio cuerpo.

Las manos de su compañera bajan, y las puntas de los dedos juegan entre el pubis y el elástico de sus bragas blancas de encaje.
Nota un calor sofocante e implora mentalmente que esa tortura se convierta en un alivio cuando nota que las manos y la boca se despegan de ella.

La otra Marga, también desnuda a excepción del mismo par de bragas que lleva ella, la mira directamente a los ojos y levanta el dedo índice hacia el cielo y lo vuelve a bajar para metérselo en la boca a su doble. Lo extrae fijándose en el hilo de saliva que ahora une su dedo con la boca de ella y lo coloca en el pecho de Marga presionándolo un poco.

En ese momento, lo aparta con cuidado despegando una gota viscosa de su dedo y esta se queda pegada en el pecho.
De repente, ante la atónita mirada de Marga, la gota, del tamaño de una canica y de aspecto plateado y brillante, comienza a rodar entre sus pechos, poco a poco. Recorre su abdomen y sortea su ombligo para seguir resbalando por el pubis, momento en el cuál, su gemela del otro lado del espejo, retira el elástico de las bragas y las deja caer en el suelo con las otras prendas.

La bola de plata líquida se cuela entre los labios de su vagina y una explosión de frío ardiente la inunda y su doble vuelve a abrazarla poniendo una mano entre ellas dos para frotarla sin dejar de besarla.

Marga nota una bolita que recorre sus paredes interiores, que se frota contra ella y allí donde se queda, se expande y se contrae en su interior sin que unos dedos paren de jugar con su clítoris. Nota el roce circular y de arriba bajo, acelerando el ritmo y la presión.

De repente, nota como el cuerpo de plata sale de su coño y se escurre entre los muslos para pasar por detrás, deslizándose hacia arriba, acariciando su culo y moviéndose en zigzag por su espalda hasta subirse a su hombro, recorrer su cuello y subir por su mejilla para colarse dentro de su boca.

Un sabor salado con un punto amargo que reconoce perfectamente, explota en su boca y la bolita de mercurio se transforma en una lengua suave y tierna que juega dentro de ella.

Su nueva mejor amiga no se ha olvidado de su cometido, y se arrodilla para separar los labios de la vulva y así alimentarse con su sabor, introduciendo la lengua hasta el fondo.
Se trata de una lengua que sin duda va creciendo y alargándose en su interior de forma físicamente imposible. Una lengua por supuesto más grande que la de la propia Marga, como si consiguiese estirarla y deformarla dentro de ella a su antojo.

La lengua de la Marga del otro lado del espejo se mete hasta el fondo de su coño y la mueve como siempre había querido que la follasen. Mientras, los dedos colocados en uve entre sus labios mayores permiten que la boca succione con intensidad y la otra mano, colocada estratégicamente en el clítoris la frote.

La Marga real se siente totalmente pegada a su análoga y ya no tiene idea de dónde acaba ella y dónde comienza la otra. Lleva unos minutos jadeando, apretando los ojos con fuerza. Se siente empapada y no puede chillar por tener la boca llena por una lengua de mercurio templado que colma su boca.

En ese instante, cuando cree que el placer va a reventarla desde dentro, el pequeño cuerpo de plata se escapa de su boca. Y se retuerce entre sus pechos.
Necesita tumbarse en el suelo por miedo a que sus piernas fallen y caiga al suelo. Su imposible gemela la tumba boca arriba y coloca sus manos detrás de su pelvis para elevarla unos centímetros por encima del parqué.
Se sorprende ante la fuerza de ella que solo con las palmas de sus manos puede mantenerla de esta forma sin que le tiemble el pulso, con la cara hundida entre sus muslos sin parar de trabajarla por dentro.
Nota como la pieza de mercurio se recompone y ve como forma de nuevo la figura de una esfera, que rueda por entre sus pechos y su abdomen hasta deslizarse por un muslo y desaparecer por debajo.

A Marga no le queda más que concentrarse en cómo una boca tan experta la devora, comiéndola por dentro de forma rítmica y acompasada, con una lengua que ondula en su interior y se mueve a su antojo entre los pliegues interiores de su coño.

El líquido se escurre entre sus muslos y se siente inundada, como si estuviera sumergida en una bañera de agua caliente.
Los músculos se contraen y se relajan hasta que nota de nuevo la canica de plata que intenta meterse poco a poco entre sus nalgas, para transformarse en algo más alargado, adaptando su forma a la cavidad de entre sus glúteos.

Marga, desbordada por el placer, agarra el pelo de su reflejo y hunde un poco más la cara de esta contra la pelvis, levantándola. En ese instante, el juguete de plata líquida se introduce poco a poco en su ano, expandiéndose lentamente, como si se tratase de una golosina abultada.

Las manos de la otra Marga agarran con fuerza las nalgas de la protagonista y comienza a meter y sacar la lengua, repasando con la punta de la nariz el clítoris. Durante todo este rato, su reflejo no ha necesitado sacar la cabeza para respirar ni se ha detenido para recobrar las fuerzas. Es una bestia incansable que le proporciona pequeñas sacudidas eléctricas en músculos internos que no sabía ni que tenía.
Mientras tanto, el cuerpo de mercurio ha conseguido meterse totalmente dentro de su culo y se estira y contrae cambiando de volumen para estimularle el ano.

Marga piensa que va a morir de un momento a otro por culpa de un ataque al corazón.
Sus piernas no le responden, se convulsiona sobre el suelo y la lengua de su amiga encuentra zonas que arden ante su contacto. Su respiración se contiene y comienza a notar un hormigueo que se forma en la punta de los dedos de los pies y se extiende hasta las plantas, sube por los gemelos y recorre aún más a prisa sus muslos. Se acelera esa sensación de descarga eléctrica en décimas de segundo que estalla como si unos fuegos artificiales se encendiesen dentro de su coño y explotasen dentro de su vientre.
Se sacude violentamente entre espasmos, arqueando la espalda, con la boca abierta moviendo las caderas sin control, con su gemela apartando la cara de ella en el mismo instante que un abundante chorro líquido que sale de su vulva como si hubiese lanzado un vaso de agua, impacta contra el espejo que tiene justo delante.

Su cuerpo se desploma en el suelo y vuelve a respirar antes de ahogarse. Tiembla con la mirada vidriosa, notando el mercurio saliendo con suavidad de su ano. Y ve como este vuelve a subir por su muslo donde la otra Marga ha colocado su mano y lo absorbe haciéndolo desaparecer.

Marga intenta recuperar el resuello respirando con dificultad, sintiéndose completamente sudada, con su piel pegada al parqué.
La otra Marga se estira a su lado y la abraza colocando su mejilla encima de su pecho que no hace más que subir y bajar con violencia.

Cree sentir al público de todo un teatro nacional levantándose de sus butacas y aplaudiendo a rabiar, recordando el final de la grabación de El Lago De Los Cisnes que lleva en su móvil.

Tarda unos minutos más en volver a recuperar la respiración, y sentir cómo abandona su cuerpo para flotar a unos centímetros del suelo. Piensa que esta elevándose mientras la acarician unas manos por sus brazos y pechos. Y entonces todo parece apagarse a su alrededor.

Se despierta sobresaltada, sola, desnuda y en el suelo. Siente frío y comienza a coger su ropa sin entender muy bien qué ha pasado. Observa las manchas que ha dejado por culpa de su involuntario squirting en el cristal y se ríe al ver cómo el reflejo del espejo imita a la perfección sus movimientos.
Pero le extraña ver que en el suelo hay dos batas, dos sujetadores y dos bragas exactamente iguales. Con los mismos descosidos y desgastes exactamente en las mismas zonas. Con la diferencia de que una de las dos batas tiene una etiqueta bordada con el nombre de la empresa de limpieza igual que la otra, solo que con las letras invertidas.

Mira con la boca abierta al espejo y de repente su reflejo deja de imitarla para sonreírle con picardía, completamente desnuda y relamiéndose la boca.

Marga se recompone como puede y se viste apresuradamente mirando el reloj de pulsera. Debería haber salido de la tienda hace un cuarto de hora. 

Limpia a toda prisa el espejo dejándolo de nuevo impoluto y le da un sonoro beso que le hace sonreír.

Recoge todo como buenamente puede y se dirige con prisa al vestuario para cambiarse de ropa. Recuerda esconder dentro de su taquilla la otra bata y las otras dos piezas de ropa interior.



Sale del vestuario y se dirige nuevamente a los probadores para despedirse de nuevo de su amante, aunque se apena al no ver nada más que su propio reflejo, ahora vestido con su ropa de calle, devolviéndole una mirada un tanto triste.

Marga se dirige al mostrador, apaga unos cuantos interruptores y se queda pensativa con los dedos sobre uno en concreto que tiene escrita la palabra “probadores”.

Deja el bolso sobre el mármol, coge un papel de un taco de hojas y garabatea apresuradamente unas líneas. Se dirige otra vez a los probadores y sale de estos acarreando como puede el maltrecho espejo.
Lo envuelve en una cortina vieja que hay en el cuarto de las escobas y carga con él para sacarlo de la tienda antes de apagar todas las luces, conectar la alarma y salir por la puerta cargando por los pasillos del centro comercial con su preciado botín. 

Con la tienda reluciente y a oscuras, silenciosa e inmóvil, una solitaria hoja de papel sobre el mostrador reza lo siguiente: “Casi se me cae encima uno de los espejos del probador. Suerte he tenido que no me aplastase. Se ha roto en pedazos y los he tirado en el contenedor que hay en la calle“.

4 comentarios:

  1. Francamente bueno
    Me agradó. Enhorabuena!

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  2. El cuento es fantástico, pero el párrafo "la sala rompe en aplausos" es sencillamente majestuoso; qué forma de capturar el momento. Enhorabuena.

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  3. El peor hasta el momento

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  4. Muy buen cuento. Me ha gustado mucho.

    Saludos desde www.malagasensual.blogspot.com

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