Al abrir la puerta, el golpe de aire acondicionado y el suave olor perfumado del desinfectante reciben como cada viernes por la mañana al señor Ramón. Le agrada esa sensación de pasar de la ruidosa y abrasadora calle al fresco y algo oscuro interior del sex shop de su barrio. Se quita la gorra de fieltro mientras camina poco a poco pero erguido y risueño por el largo pasillo flanqueado por cabinas de vídeo hasta el mostrador de la tienda. No es hasta que pronuncia su clásico saludo cuando Lota, consigue levantar la vista de su novela, cosa que no hace con casi ningún otro cliente, y le devuelve el saludo sonriéndole y ajustándose las gafas.
El señor Ramón siempre gusta de socializar un poco con quien lo atiende en cualquier comercio y, siendo él un parroquiano de ese sex shop, no pierde la oportunidad de comentar el tiempo, interesarse por lo que está leyendo Lota esa semana y a veces hasta permitirse echarle un inocente piropo a la veinteañera. Pasada ya esta ceremonia le pide cambio para las videocabinas y se aleja de nuevo por el pasillo.
Lota piensa que ese simpático jubilado debe de sentirse muy solo desde que murió su mujer hará unos años. Por lo que le cuenta, no suele recibir visitas de sus hijos y más allá del consumo de pornografía semanal, no tiene ningún otro entretenimiento. Le recuerda a una mezcla entre Gabriel García Márquez y el abuelo del Werther's Original pero con priapismo.
Después de colgar la gorra en el gancho de la puerta corredera de la cabina, el afable abuelito se acomoda en el asiento de plástico atornillado a la pared. Comienza a introducir una a una las monedas en la ranura de la máquina. Automáticamente la pantalla que tiene delante comienza a emitir una película porno en versión original. El ritual semanal continúa para el señor Ramón bajándose los tirantes y desabrochándose la bragueta para después ir cambiando de canal utilizando los botones que tiene sobre un reposabrazos.
Va saltando de canal en canal mientras se suceden las escenas de sexo gay entre jovencitos que descubren el amor en los barracones, desvestidos con ropas militares. Salta a los pocos segundos para caer en medio de un jardín donde una mujer se comporta de lo más cariñosa con un pastor alemán. De ahí pasa enseguida a unas exóticas transexuales del sudeste asiático que se untan generosamente con aceite de masaje en una habitación de hotel.
Especial atención le merece esta vez el vídeo de una chica delgada de veintipocos años que se pasea, o más bien la pasean, completamente desnuda, por las calles de una ciudad europea en un día algo nublado. La visión de la actriz con las manos atadas a la espalda siendo exhibida con una correa de perro al cuello ante la mirada de los transeúntes, sorprende al abuelito, que no puede evitar recordar la vez que les multaron a su entonces novia y a él por besarse en un banco del parque.
Hubiera preferido ser joven en un mundo en el que si llevas a tu novia desnuda a un callejón y te la follas te hacen una película en lugar de multarte.
Después de tanto tiempo viendo de todo, al señor Ramón ya no le escandaliza prácticamente nada: desde las amas de casa que se divierten metiéndose en la boca descomunales miembros de negros hasta las crueles dóminas que infligen castigos a base de fustas y látigos a sus obedientes esclavos.
El adorable septuagenario ha aprendido más en solo unos meses de consumo de pornografía que en toda su vida de pareja.
Para cuando llega a un vídeo porno alemán, deja de zapear para mirar absorto la cara radiante de una actriz rubia que se relame cuando un tipo con una camiseta negra y un pasamontañas le toca el turno de correrse en su cara. Tal muestra de desparpajo hace que el señor Ramón se desate y termine resoplando con dificultad.
Se limpia con las toallitas de papel higiénico que cuelgan del dispensador sujeto a la pared de la cabina mientras intenta recuperar el resuello, visiblemente acalorado. A sabiendas de que la máquina no devuelve el dinero, el señor Ramón decide gastar los últimos créditos que le quedan pasando rápidamente los canales hasta encontrar una “película de dibujos”, como a él le gusta llamarlas.
Tras bastantes golpes al botón de avance, por fin aparece su cinta de animación japonesa preferida. Ha debido de ver esta película a trozos durante el año y medio que lleva viniendo al sex shop: “Princess Warrior Super Star”.
La protagonista, Suki, una adolescente con el pelo rojo, está en ese mismo momento matando a golpe de consolador gigante a un demonio que la ataca con sus múltiples tentáculos para intentar violarla. Parece que Suki tiene a raya al Gran Diablo Polla hasta que uno de sus tentáculos la estrangula y otro le arranca el uniforme amarillo de colegiala, haciendo que sus descomunales pechos salgan disparados. Un sinfín de apéndices de color morado inmovilizan los tobillos y las muñecas de la princesa, se cuelan por sus orificios y se retuercen sobre su cuerpo dejando una baba espesa sobre su piel. Los tentáculos constriñen y azotan sus enormes tetas y estas se bambolean produciendo una onomatopeya que se asemeja a un sonoro “blum-blum”.
Suki cierra los ojos llenos de lágrimas dejándose llevar por el éxtasis de forma vergonzosa, hasta que todos los tentáculos eyaculan a la vez tirándola en el suelo sobre un gran charco blanco. El Gran Diablo Polla ríe satisfecho por su victoria sin darse cuenta de que Suki se levanta recubierta de esperma diabólico y un aura eléctrica multicolor rodea su cuerpo.
<<Debiste saber que tu leche demoníaca me hace más poderosa, Diablo Polla>>. Los labios del señor Ramón hacen play back al tiempo que Suki recita su sentencia mortal. El dildo gigante de la guerrera regresa volando a su mano como si fuera un boomerang y de este salen unas enormes espinas, lo que le permite utilizar la nueva arma para rebanar a puñados los tentáculos viciosos hasta, por fin, cortarle la cabeza de cuajo a su enemigo mortal.
Ramón aplaude alegremente en la oscuridad después de ver por enésima vez como su heroína vence a las fuerzas del mal.
–Eres la mejor, Suki –exclama animado.
–Ya lo creo que soy la mejor, ¿por qué no vienes conmigo y lo compruebas más de cerca? –dice Suki como si mirase fijamente a la pantalla.
–Esta parte no me suena. Será una versión distinta.
El señor Ramón hace ademán de levantarse del asiento para salir de su cabina cuando de nuevo la voz de la protagonista se dirige hacia él:
–Te estoy hablando a ti, Ramón. ¿No te gustaría estar a este lado del cristal conmigo? Dame la mano y te sacaré de aquí, vamos.
El señor Ramón se queda atónito al escuchar a Suki hablándole a él directamente. No puede pronunciar ni una sola palabra, así que se limita a tragar saliva.
–No tenemos mucho tiempo, Ramón. Acerca tu mano al cristal.
Obedientemente y sin saber muy bien qué está haciendo, el señor Ramón pega la palma de su mano al televisor y un hormigueo le recorre el cuerpo.
Ahora el señor Ramón se siente realmente feliz en la tierra de las princesas guerreras y los demonios folladores. Y hasta puede saltar de canal en canal para convertirse en protagonista de cualquier otra película porno.
Una adolescente con el pelo rojo y vestido amarillo sale por la puerta de cristal opaco del sex shop.
Las luces naranjas de una ambulancia rebotan contra los escaparates de las tiendas. Una pareja de sanitarios empujan una camilla con ruedas sobre la que hay un cuerpo tapado por una sábana de color azul claro. Lota, la dependienta, llora tristemente mientras ve como suben la camilla a la ambulancia.
El señor Ramón siempre gusta de socializar un poco con quien lo atiende en cualquier comercio y, siendo él un parroquiano de ese sex shop, no pierde la oportunidad de comentar el tiempo, interesarse por lo que está leyendo Lota esa semana y a veces hasta permitirse echarle un inocente piropo a la veinteañera. Pasada ya esta ceremonia le pide cambio para las videocabinas y se aleja de nuevo por el pasillo.
Lota piensa que ese simpático jubilado debe de sentirse muy solo desde que murió su mujer hará unos años. Por lo que le cuenta, no suele recibir visitas de sus hijos y más allá del consumo de pornografía semanal, no tiene ningún otro entretenimiento. Le recuerda a una mezcla entre Gabriel García Márquez y el abuelo del Werther's Original pero con priapismo.
Después de colgar la gorra en el gancho de la puerta corredera de la cabina, el afable abuelito se acomoda en el asiento de plástico atornillado a la pared. Comienza a introducir una a una las monedas en la ranura de la máquina. Automáticamente la pantalla que tiene delante comienza a emitir una película porno en versión original. El ritual semanal continúa para el señor Ramón bajándose los tirantes y desabrochándose la bragueta para después ir cambiando de canal utilizando los botones que tiene sobre un reposabrazos.
Va saltando de canal en canal mientras se suceden las escenas de sexo gay entre jovencitos que descubren el amor en los barracones, desvestidos con ropas militares. Salta a los pocos segundos para caer en medio de un jardín donde una mujer se comporta de lo más cariñosa con un pastor alemán. De ahí pasa enseguida a unas exóticas transexuales del sudeste asiático que se untan generosamente con aceite de masaje en una habitación de hotel.
Especial atención le merece esta vez el vídeo de una chica delgada de veintipocos años que se pasea, o más bien la pasean, completamente desnuda, por las calles de una ciudad europea en un día algo nublado. La visión de la actriz con las manos atadas a la espalda siendo exhibida con una correa de perro al cuello ante la mirada de los transeúntes, sorprende al abuelito, que no puede evitar recordar la vez que les multaron a su entonces novia y a él por besarse en un banco del parque.
Hubiera preferido ser joven en un mundo en el que si llevas a tu novia desnuda a un callejón y te la follas te hacen una película en lugar de multarte.
Después de tanto tiempo viendo de todo, al señor Ramón ya no le escandaliza prácticamente nada: desde las amas de casa que se divierten metiéndose en la boca descomunales miembros de negros hasta las crueles dóminas que infligen castigos a base de fustas y látigos a sus obedientes esclavos.
El adorable septuagenario ha aprendido más en solo unos meses de consumo de pornografía que en toda su vida de pareja.
Para cuando llega a un vídeo porno alemán, deja de zapear para mirar absorto la cara radiante de una actriz rubia que se relame cuando un tipo con una camiseta negra y un pasamontañas le toca el turno de correrse en su cara. Tal muestra de desparpajo hace que el señor Ramón se desate y termine resoplando con dificultad.
Se limpia con las toallitas de papel higiénico que cuelgan del dispensador sujeto a la pared de la cabina mientras intenta recuperar el resuello, visiblemente acalorado. A sabiendas de que la máquina no devuelve el dinero, el señor Ramón decide gastar los últimos créditos que le quedan pasando rápidamente los canales hasta encontrar una “película de dibujos”, como a él le gusta llamarlas.
Tras bastantes golpes al botón de avance, por fin aparece su cinta de animación japonesa preferida. Ha debido de ver esta película a trozos durante el año y medio que lleva viniendo al sex shop: “Princess Warrior Super Star”.
La protagonista, Suki, una adolescente con el pelo rojo, está en ese mismo momento matando a golpe de consolador gigante a un demonio que la ataca con sus múltiples tentáculos para intentar violarla. Parece que Suki tiene a raya al Gran Diablo Polla hasta que uno de sus tentáculos la estrangula y otro le arranca el uniforme amarillo de colegiala, haciendo que sus descomunales pechos salgan disparados. Un sinfín de apéndices de color morado inmovilizan los tobillos y las muñecas de la princesa, se cuelan por sus orificios y se retuercen sobre su cuerpo dejando una baba espesa sobre su piel. Los tentáculos constriñen y azotan sus enormes tetas y estas se bambolean produciendo una onomatopeya que se asemeja a un sonoro “blum-blum”.
Suki cierra los ojos llenos de lágrimas dejándose llevar por el éxtasis de forma vergonzosa, hasta que todos los tentáculos eyaculan a la vez tirándola en el suelo sobre un gran charco blanco. El Gran Diablo Polla ríe satisfecho por su victoria sin darse cuenta de que Suki se levanta recubierta de esperma diabólico y un aura eléctrica multicolor rodea su cuerpo.
<<Debiste saber que tu leche demoníaca me hace más poderosa, Diablo Polla>>. Los labios del señor Ramón hacen play back al tiempo que Suki recita su sentencia mortal. El dildo gigante de la guerrera regresa volando a su mano como si fuera un boomerang y de este salen unas enormes espinas, lo que le permite utilizar la nueva arma para rebanar a puñados los tentáculos viciosos hasta, por fin, cortarle la cabeza de cuajo a su enemigo mortal.
Ramón aplaude alegremente en la oscuridad después de ver por enésima vez como su heroína vence a las fuerzas del mal.
–Eres la mejor, Suki –exclama animado.
–Ya lo creo que soy la mejor, ¿por qué no vienes conmigo y lo compruebas más de cerca? –dice Suki como si mirase fijamente a la pantalla.
–Esta parte no me suena. Será una versión distinta.
El señor Ramón hace ademán de levantarse del asiento para salir de su cabina cuando de nuevo la voz de la protagonista se dirige hacia él:
–Te estoy hablando a ti, Ramón. ¿No te gustaría estar a este lado del cristal conmigo? Dame la mano y te sacaré de aquí, vamos.
El señor Ramón se queda atónito al escuchar a Suki hablándole a él directamente. No puede pronunciar ni una sola palabra, así que se limita a tragar saliva.
–No tenemos mucho tiempo, Ramón. Acerca tu mano al cristal.
Obedientemente y sin saber muy bien qué está haciendo, el señor Ramón pega la palma de su mano al televisor y un hormigueo le recorre el cuerpo.
Ahora el señor Ramón se siente realmente feliz en la tierra de las princesas guerreras y los demonios folladores. Y hasta puede saltar de canal en canal para convertirse en protagonista de cualquier otra película porno.
Una adolescente con el pelo rojo y vestido amarillo sale por la puerta de cristal opaco del sex shop.
Las luces naranjas de una ambulancia rebotan contra los escaparates de las tiendas. Una pareja de sanitarios empujan una camilla con ruedas sobre la que hay un cuerpo tapado por una sábana de color azul claro. Lota, la dependienta, llora tristemente mientras ve como suben la camilla a la ambulancia.
Enhorabuena, chica. Me alegra ver que has recuperado el ritmo. Gracias y sigue así!
ResponderEliminarNo entendi el final.
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