Una figura alta, enfundada en una gabardina negra, caminaba dando la espalda a un cuerpo inmóvil que descansaba sobre el capó de un coche aparcado. Sus tacones de aguja repiqueteaban por el suelo del callejón. El repiqueteo aumentó su cadencia cuando unas sirenas de policía comenzaron a escucharse a lo lejos.
La figura se escondía entre las sombras de los callejones hasta que se calmase todo un poco. Se apartó un mechón de su cabellera rubia y rizada cuando consiguió descansar, apoyándose en la esquina de la entrada de un parking. El corazón le retumbaba en el pecho como si quisiera partírselo para escapar, aunque esa no había sido la única emoción fuerte de la noche.
Lorna comenzó su aventura de aquella noche bajando las escaleras que la llevaban hasta un local, sin nombre en la puerta, al que solo se accedía con contraseña. Una atmósfera asfixiante y un aire viciado la recibieron al ritmo de una música que hacía bailar a toda una masa de cuerpos enfundados en cuero.
La mujer llevaba todavía la gabardina bien abrochada y solo dejaba ver un disimulado escote. Paseaba entre grupos de hombres velludos sin camiseta que exhibían sus músculos sudorosos.
No tardó en pedirse una copa y curiosear por los reservados en busca de algo interesante.
Deambuló por aquí y allá viendo a hombres con la cara pegada a la pared, recibiendo desde atrás con los pantalones medio bajados. Acabó interesándose por un grupo de tres tiarrones que estaban metiendo mano a un chico rubio que aún no tenía edad para dejarse barba.
Los tres hombres reconocieron enseguida a Lorna y la saludaron efusivamente.
Bromeó con ellos sobre lo que le estaban haciendo al pobre chico. Ella le peinó el flequillo con ternura fingida y a continuación le metió la lengua en la boca sin mediar palabra. Lo empotró contra la pared desnuda y lo puso de espaldas a ella para “cachearlo”, como a ella le gustaba decir. Le metía mano al paquete, le sobaba el pecho y hasta le agarraba el culo para zurrárselo como si el pobre chico se hubiera portado mal.
El níñato se mostraba reticente a ser castigado de esa manera, aunque le costaba disimular su excitación.
La mujer contaba con el beneplácito de los otros hombres que comenzaron a hacer un corrillo a su alrededor vitoreándola y animándola a seguir jugando con el chaval.
–Será todo lo maricón que queráis, –soltó Lorna por encima del ruido de la multitud– pero a esta ricura se le está poniendo la polla como un calcetín lleno de arena.
Los hombres ahí congregados rieron al unísono por encima de la música. Algunos ya se estaban enrollando entre ellos cuando Lorna comenzó a desabrocharse la gabardina. Lorna exhibió un bustier de encaje con un tanga a juego además de sus botas de tacón de aguja que le permitían sacarle una cabeza a su veinteañero rubito.
Pero lo que de verdad llamaba la atención de su indumentaria era un arnés rematado con hebillas metálicas que se agarraban a sus caderas y entre sus muslos.
Dicho arnés disponía de un falo de caucho negro y brillante como sus botas de charol. El consolador estaba cogido a unas cartucheras que llevaba a cada lado de sus muslos. Así, Lorna podía pasar desapercibida ocultando debajo de su gabardina un pollón de goma de veinte centímetros de largo y cinco de grosor.
–Ya sé que a ti lo que te gusta es que te metan algo grande por el culo, no te apures, niño –le dijo Lorna al oído.
La mujer se colocó en cuclillas y le bajó los pantalones. Primero dio unos cuantos azotes de cortesía para ver cómo enrojecían sus nalgas. Después separó éstas y pegó su cara, metiendo la punta de su lengua tan a dentro como le fuera posible.
Se levantó al cabo de un rato y al incorporarse, vio como un hombre de espaldas anchas le estaba comiendo la boca al chico.
Lorna abrió una de sus cartucheras y de ella sacó un guante blanco de látex y una pequeña petaca metálica. Abrió el tapón de rosca de la petaca con una mano y la volcó encima del guante que se había puesto. Del recipiente cayó un poco de lubricante transparente y la mujer lo frotó sobre la palma de su mano. Cerró la petaca y la guardó de nuevo en su cartuchera.
Primero con el dedo corazón jugó buscando la forma de entrar en el culo del chico. Una vez dentro, metió otro dedo lubricado y comenzó a hacerle un buen tacto rectal utilizando la mano que quedaba libre para sobarle la polla.
Masturbaba al crío con cuidado ya que no quería que se corriese demasiado pronto, y cuando vio que sus dedos entraban y salía con total facilidad, los sacó y tiró el guante al suelo. Dejó de pajearle para colocarse un condón en el falo de plástico y lo recubrió con más lubricante como quien tira sirope de caramelo sobre un helado.
Lorna agarró la pieza de plástico desde la base y la comenzó a meter poco a poco dentro del culo del chico.
–Ni se te ocurra dejar de aguantarte con las manos a la pared. No voy a consentir que te toques hasta que yo te dé permiso.
El chico asintió contrayendo los músculos de su cara enrojecida tanto por la vergüenza como por la libido.
Cuando ya tuvo medio consolador dentro, la mujer madura le agarró por las caderas y comenzó a follárselo con cuidado.
El veinteañero tenía la cara pegada contra la pared y gruñía a cada embestida dentro de su culo. Odiaba no poder tocarse mientras recibía esa disciplina, pero al menos unas manos se estaban encargando de apretar y retorcer sus pezones. Además, cada vez que Lorna empujaba su polla artificial dentro de él, este se movía hacia delante de forma que su capullo rozaba contra la pared de cemento, contentándose así por recibir un poco más de placer en cada sacudida.
Lorna disfrutaba agarrando del pelo al chico y azotándole el culo. Pero también debía pensar en su propio placer. Así que consiguió meter una mano entre la base del arnés y su pubis llegando a rozar su clítoris con cierta dificultad. Se sentía empapada y el fluido denso que se escapaba del coño lograba escurrirse por la cara interna de sus muslos y colarse dentro de las botas de charol.
No tardó en disfrutar de un rico orgasmo que la hizo marearse un poco. Por suerte supo permanecer en equilibrio sobre sus altos tacones metálicos mientras aún tenía el consolador dentro del chico.
Este no tardó en expulsar un chorro de semen contra la pared sin ni siquiera haberse tocado la polla. Sus piernas temblaron y pidió a Lorna que parase.
Esta se rió y se la sacó poco a poco enseñando al resto de hombres cómo de la polla del chico, aún bien dura, colgaba un hilo viscoso y brillante que llegaba hasta el suelo.
Después de tomarse una copa a petición expresa de los asistentes, Lorna salió del local dispuesta a llegar a su casa.
Necesitaba caminar un poco y fumarse un cigarrillo antes de subirse a un taxi. Se encaminó por un callejon con la previsión de salir a una gran avenida donde parar uno.
En una de estas callejuelas mal iluminadas, a Lorna le pareció escuchar cómo otra persona caminaba cerca de ella. Al girarse alarmada, se encontró cara a cara con un tipo algo más bajito que ella pero de complexión fuerte, completamente calvo y con una barba recortada que le quedaba francamente mal.
–Oye, ¿tienes un cigarro? –le preguntó el hombre bajito a bocajarro.
–No, lo siento, este es el último– contestó Lorna algo nerviosa, y antes de que ella pudiera darle la espalda para irse, un cuchillo de un palmo apareció en la mano de aquel tipo para amenazarla.
–Ya me estás dando el bolso, puta, ¡vamos! –El hombre intentó tirar del bolso de Lorna pero ésta le apartó la mano. Le retorció el brazo haciendo que tirara el cuchillo, tal y como había aprendido en clase de defensa personal.
El tipo acabó hincando una rodilla en el suelo sollozando por el dolor que sentía.
Antes de que él pudiera recoger el cuchillo del suelo, Lorna sacó algo de su bolsillo sin pensárselo dos veces y unas lucecitas azules picaron el cuello del asaltante que cayó convulsionándose sobre el capó de un coche.
Lorna volvió a guardar su taser en el bolsillo de su gabardina.
La cabeza le daba vueltas y sentía un hormigueo realmente fuerte que se escapaba por sus brazos y piernas.
La adrenalina corría por su torrente sanguíneo, haciéndola reír de emoción. Sujetó el cuerpo del hombre calvo por los hombros para que no cayese y lo volvió a colocar bocabajo contra el capó del coche. Se quedó mirando el cuerpo inerte y al momento recogió el cuchillo del suelo.
De un rápido movimiento cortó el cinturón y la tela de los tejanos que llevaba el asaltante y se las arregló para dejar al descubierto su culo.
Lorna se desabrochó la gabardina y se sacó un condón de su cartuchera. Después de colocarlo en su pollón de goma de veinte centímetros, escupió un poco en la punta, y sin más miramientos comenzó a meter, con cierto esfuerzo, el duro correctivo al atracador.
Ahora Lorna, parapetada en la esquina de un aparcamiento, apuraba su cigarro antes de pensar en la mejor forma de llegar hasta la calle principal sin llamar la atención y subirse al primer taxi que viese.
No tardó en llegar a casa poco antes del amanecer con las botas en el regazo para no hacer ruido por las escaleras.
Se metió corriendo en el cuarto de baño y allí se desnudó echando sus prendas al cesto de la ropa sucia.
Quedó como nueva, limpia de todo lo que había experimentado esa noche. Por fin relajada, salió del baño con un albornoz y una toalla enrollada en su cabeza.
–Hoy te has levantado más pronto de lo normal, ¿tienes cosas que hacer?
Lorna dio un respingo asustada al ver a su marido delante de la puerta del cuarto de baño.
–Sí, iba a salir a correr, pero no quería despertarte –contestó recomponiéndose como pudo para no delatar su nerviosismo.
–Yo me encargo de prepararles el desayuno a las niñas, vístete y sal a correr, ¿quieres café?
La figura se escondía entre las sombras de los callejones hasta que se calmase todo un poco. Se apartó un mechón de su cabellera rubia y rizada cuando consiguió descansar, apoyándose en la esquina de la entrada de un parking. El corazón le retumbaba en el pecho como si quisiera partírselo para escapar, aunque esa no había sido la única emoción fuerte de la noche.
Lorna comenzó su aventura de aquella noche bajando las escaleras que la llevaban hasta un local, sin nombre en la puerta, al que solo se accedía con contraseña. Una atmósfera asfixiante y un aire viciado la recibieron al ritmo de una música que hacía bailar a toda una masa de cuerpos enfundados en cuero.
La mujer llevaba todavía la gabardina bien abrochada y solo dejaba ver un disimulado escote. Paseaba entre grupos de hombres velludos sin camiseta que exhibían sus músculos sudorosos.
No tardó en pedirse una copa y curiosear por los reservados en busca de algo interesante.
Deambuló por aquí y allá viendo a hombres con la cara pegada a la pared, recibiendo desde atrás con los pantalones medio bajados. Acabó interesándose por un grupo de tres tiarrones que estaban metiendo mano a un chico rubio que aún no tenía edad para dejarse barba.
Los tres hombres reconocieron enseguida a Lorna y la saludaron efusivamente.
Bromeó con ellos sobre lo que le estaban haciendo al pobre chico. Ella le peinó el flequillo con ternura fingida y a continuación le metió la lengua en la boca sin mediar palabra. Lo empotró contra la pared desnuda y lo puso de espaldas a ella para “cachearlo”, como a ella le gustaba decir. Le metía mano al paquete, le sobaba el pecho y hasta le agarraba el culo para zurrárselo como si el pobre chico se hubiera portado mal.
El níñato se mostraba reticente a ser castigado de esa manera, aunque le costaba disimular su excitación.
La mujer contaba con el beneplácito de los otros hombres que comenzaron a hacer un corrillo a su alrededor vitoreándola y animándola a seguir jugando con el chaval.
–Será todo lo maricón que queráis, –soltó Lorna por encima del ruido de la multitud– pero a esta ricura se le está poniendo la polla como un calcetín lleno de arena.
Los hombres ahí congregados rieron al unísono por encima de la música. Algunos ya se estaban enrollando entre ellos cuando Lorna comenzó a desabrocharse la gabardina. Lorna exhibió un bustier de encaje con un tanga a juego además de sus botas de tacón de aguja que le permitían sacarle una cabeza a su veinteañero rubito.
Pero lo que de verdad llamaba la atención de su indumentaria era un arnés rematado con hebillas metálicas que se agarraban a sus caderas y entre sus muslos.
Dicho arnés disponía de un falo de caucho negro y brillante como sus botas de charol. El consolador estaba cogido a unas cartucheras que llevaba a cada lado de sus muslos. Así, Lorna podía pasar desapercibida ocultando debajo de su gabardina un pollón de goma de veinte centímetros de largo y cinco de grosor.
–Ya sé que a ti lo que te gusta es que te metan algo grande por el culo, no te apures, niño –le dijo Lorna al oído.
La mujer se colocó en cuclillas y le bajó los pantalones. Primero dio unos cuantos azotes de cortesía para ver cómo enrojecían sus nalgas. Después separó éstas y pegó su cara, metiendo la punta de su lengua tan a dentro como le fuera posible.
Se levantó al cabo de un rato y al incorporarse, vio como un hombre de espaldas anchas le estaba comiendo la boca al chico.
Lorna abrió una de sus cartucheras y de ella sacó un guante blanco de látex y una pequeña petaca metálica. Abrió el tapón de rosca de la petaca con una mano y la volcó encima del guante que se había puesto. Del recipiente cayó un poco de lubricante transparente y la mujer lo frotó sobre la palma de su mano. Cerró la petaca y la guardó de nuevo en su cartuchera.
Primero con el dedo corazón jugó buscando la forma de entrar en el culo del chico. Una vez dentro, metió otro dedo lubricado y comenzó a hacerle un buen tacto rectal utilizando la mano que quedaba libre para sobarle la polla.
Masturbaba al crío con cuidado ya que no quería que se corriese demasiado pronto, y cuando vio que sus dedos entraban y salía con total facilidad, los sacó y tiró el guante al suelo. Dejó de pajearle para colocarse un condón en el falo de plástico y lo recubrió con más lubricante como quien tira sirope de caramelo sobre un helado.
Lorna agarró la pieza de plástico desde la base y la comenzó a meter poco a poco dentro del culo del chico.
–Ni se te ocurra dejar de aguantarte con las manos a la pared. No voy a consentir que te toques hasta que yo te dé permiso.
El chico asintió contrayendo los músculos de su cara enrojecida tanto por la vergüenza como por la libido.
Cuando ya tuvo medio consolador dentro, la mujer madura le agarró por las caderas y comenzó a follárselo con cuidado.
El veinteañero tenía la cara pegada contra la pared y gruñía a cada embestida dentro de su culo. Odiaba no poder tocarse mientras recibía esa disciplina, pero al menos unas manos se estaban encargando de apretar y retorcer sus pezones. Además, cada vez que Lorna empujaba su polla artificial dentro de él, este se movía hacia delante de forma que su capullo rozaba contra la pared de cemento, contentándose así por recibir un poco más de placer en cada sacudida.
Lorna disfrutaba agarrando del pelo al chico y azotándole el culo. Pero también debía pensar en su propio placer. Así que consiguió meter una mano entre la base del arnés y su pubis llegando a rozar su clítoris con cierta dificultad. Se sentía empapada y el fluido denso que se escapaba del coño lograba escurrirse por la cara interna de sus muslos y colarse dentro de las botas de charol.
No tardó en disfrutar de un rico orgasmo que la hizo marearse un poco. Por suerte supo permanecer en equilibrio sobre sus altos tacones metálicos mientras aún tenía el consolador dentro del chico.
Este no tardó en expulsar un chorro de semen contra la pared sin ni siquiera haberse tocado la polla. Sus piernas temblaron y pidió a Lorna que parase.
Esta se rió y se la sacó poco a poco enseñando al resto de hombres cómo de la polla del chico, aún bien dura, colgaba un hilo viscoso y brillante que llegaba hasta el suelo.
Después de tomarse una copa a petición expresa de los asistentes, Lorna salió del local dispuesta a llegar a su casa.
Necesitaba caminar un poco y fumarse un cigarrillo antes de subirse a un taxi. Se encaminó por un callejon con la previsión de salir a una gran avenida donde parar uno.
En una de estas callejuelas mal iluminadas, a Lorna le pareció escuchar cómo otra persona caminaba cerca de ella. Al girarse alarmada, se encontró cara a cara con un tipo algo más bajito que ella pero de complexión fuerte, completamente calvo y con una barba recortada que le quedaba francamente mal.
–Oye, ¿tienes un cigarro? –le preguntó el hombre bajito a bocajarro.
–No, lo siento, este es el último– contestó Lorna algo nerviosa, y antes de que ella pudiera darle la espalda para irse, un cuchillo de un palmo apareció en la mano de aquel tipo para amenazarla.
–Ya me estás dando el bolso, puta, ¡vamos! –El hombre intentó tirar del bolso de Lorna pero ésta le apartó la mano. Le retorció el brazo haciendo que tirara el cuchillo, tal y como había aprendido en clase de defensa personal.
El tipo acabó hincando una rodilla en el suelo sollozando por el dolor que sentía.
Antes de que él pudiera recoger el cuchillo del suelo, Lorna sacó algo de su bolsillo sin pensárselo dos veces y unas lucecitas azules picaron el cuello del asaltante que cayó convulsionándose sobre el capó de un coche.
Lorna volvió a guardar su taser en el bolsillo de su gabardina.
La cabeza le daba vueltas y sentía un hormigueo realmente fuerte que se escapaba por sus brazos y piernas.
La adrenalina corría por su torrente sanguíneo, haciéndola reír de emoción. Sujetó el cuerpo del hombre calvo por los hombros para que no cayese y lo volvió a colocar bocabajo contra el capó del coche. Se quedó mirando el cuerpo inerte y al momento recogió el cuchillo del suelo.
De un rápido movimiento cortó el cinturón y la tela de los tejanos que llevaba el asaltante y se las arregló para dejar al descubierto su culo.
Lorna se desabrochó la gabardina y se sacó un condón de su cartuchera. Después de colocarlo en su pollón de goma de veinte centímetros, escupió un poco en la punta, y sin más miramientos comenzó a meter, con cierto esfuerzo, el duro correctivo al atracador.
Ahora Lorna, parapetada en la esquina de un aparcamiento, apuraba su cigarro antes de pensar en la mejor forma de llegar hasta la calle principal sin llamar la atención y subirse al primer taxi que viese.
No tardó en llegar a casa poco antes del amanecer con las botas en el regazo para no hacer ruido por las escaleras.
Se metió corriendo en el cuarto de baño y allí se desnudó echando sus prendas al cesto de la ropa sucia.
Quedó como nueva, limpia de todo lo que había experimentado esa noche. Por fin relajada, salió del baño con un albornoz y una toalla enrollada en su cabeza.
–Hoy te has levantado más pronto de lo normal, ¿tienes cosas que hacer?
Lorna dio un respingo asustada al ver a su marido delante de la puerta del cuarto de baño.
–Sí, iba a salir a correr, pero no quería despertarte –contestó recomponiéndose como pudo para no delatar su nerviosismo.
–Yo me encargo de prepararles el desayuno a las niñas, vístete y sal a correr, ¿quieres café?
Enhorabuena. Un gran trabajo como siempre.
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